Dejame que te cuide,
que te sobreproteja
que te complazca en todo.
Dejame decir y repetir
lo mismo una y mil veces
Dejame que te cuide,
que te sobreproteja
que te complazca en todo.
Dejame decir y repetir
lo mismo una y mil veces
Si tuviera otra oportunidad para decirte adiós,
sería diferente a la de aquella noche fría y lluviosa.
Te abrazaría fuerte y te diría todo lo que vales,
significas, sos y serás para mi aunque
ya no seamos dos, nunca más.
Y que siempre tendré buenos recuerdos de vos,
porque vos sos bueno y que no hiciste nada malo.
Que las culpas están durmiendo así que mejor no despertarlas,
que no son tuyas, que yo tampoco las quiero.
Los pueblos chicos son familias grandes… En Batoví, en aquel entonces con poco más de cuatro mil almas, todos se conocían. Bueno, se conocían en los aspectos que más destacan a un vecino, o sea en los aspectos que hacen a las risas, al disgusto, a la ironía, al mal… En lo mucho de negativo que un ser humano pueda poseer y en lo poco bueno que pueda sembrar en este mundo. Cuando los más viejos visitan Batoví para encontrarse aún con algún sobreviviente de mediados del siglo pasado todavía pueden, arañando recuerdos, traer imágenes vívidas de épocas agonizantes pero no muertas. Es como si las calles ahora asfaltadas volvieran a su balasto polvoriento en verano y barroso en invierno, como si muchas casas hoy abandonadas cobraran vida y floreciesen nuevamente los malvones y los jazmines… Volviésen los gritos del lechero, del vendedor de diario o la llegada de la ONDA.
Es fácil.
Es una mentira (no tan grande como ser actor).
Está bueno.
Pero hay bocha de cosas que le ganan.
Contra un picadito, pierde;
contra una picada con cerveza, pierde;
Ricky estaba tirado en la cama.
Miró al techo con un solo ojo mientras escuchaba los solos del vecino. No era malo, pero tampoco tan bueno como para que no le rompiera las pelotas…
Se reincorporó de a poco. Su cuarto estaba en penumbras, igual que como se sentía. Le dio un poco de pena verse en una escena de película de depresivos. Había dormido poco, no por el músico sino porque hacía rato que no dormía bien. Agarró la armónica, se desperezó, y nunca llegó a llevársela a los labios.
El tipo la había pegado con su banda en los comienzos del rock argentino en los sesenta. Todos creyeron que murió en esa época y así lo olvidaron más fácilmente. Cada tanto aparecía por el bar de Ricky, tomaba algunos tragos (y más también) y terminaba gritando contra la banda que estuviera dando el show. Varias veces lo molieron a palos, algunas Ricky lo dejó escapar por la puerta de atrás.
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