— Pero no, Angelito… no puede seeer… ¿Lo has pensado bien?. ¿Te parece bien la decisión que has tomado?
–Si, mamá, hace mucho que tengo ganas de irme, de irme a la mierda, y dejar todo… Ya me tiene aburrido el tata, más que aburrido, me tiene cansado hasta más no poder.
–Pero m´hijo, no digas eso, ¿ es que ya no quieres a tus padres que tanto han hecho por ti?.
— No, mama, no es que no los quiera, pero él siempre con lo mismo. Dale uno trabajar, día y noche, como un buey pa que dispués la plata la utilicen otros…¿No viste anoche?… Otra fiesta pa sus amigos… y meta vitrola nomás, y meta licorcito pa las damas y asadito calentito pa los caballeros… claro…. Y nosotros con los pies descalzos, dale a la mazamorra nomás… Y si no, dale a las carreras. La otra vez que no estaba el Carmelo, me hizo subir al tostau ese y por más que me prendí con juerza, casi me tira!. Al final me dijeron de todito… ¡inservible!…¡inútil!…¡no servís pa nada!. No me gustan las carreras como al Carmelo. ¡La timba es la perdición, mama!.
Un silencio invade la escena. Un silencio profundo y ríspido, solo cortado por los suspiros y el pañuelo de encaje que rueda por el rostro de doña Petrona. Están en el cuarto de los muchachos a la luz mortecina del candil. El cuarto se hace más húmedo y lóbrego ahora. Los pesados cortinados que cuelcan en los ventanales parecen esconder no sé que fantasmas. Allí están apretados un muchachón, fuerte, de pelo renegrido y bien crespo con una mujer más bien delgada, de piel blanca, coqueta y humilde. La madre no tiene consuelo ante la decisión de su hijo que hace ya días que no habla con su padre.
–¿Y ande vas a dir, si se puede saber?. Tú eres m´hijo y acá no te falta la comida ni el abrigo… ¡Yo te quiero Angelito!.
–Mañana mismo me voy… Si mama, me voy. ¡No aguanto más!. Hace tiempo que, cuando paso por la estación escucho y las gentes no hacen otra cosa que hablar de las obras que está haciendo don Francisco Piria. Mire mama, hablan del puerto, del nuevo hotel que es machazo, pa más de mil personas, de las viñas, de los olivares y ….gueno, precisan gente…
–Pero y tú qué sabes, ¿ande vas a dir?. Tú apenas conoces lastación y alguna vez que has ido hasta San Carlos. Mira m´hijo,una cosa es andar atrás de los gueyes, o deschalar el mais y otra cosa es andar por ay. Yo he sentido que han venido gringos de todas partes del mundo! ¡ Vaya a saber qué gentes!.
–No importa. A esto yo ya no lo aguanto más. Me voy nomás. Cuando el otro día vendí las perdices que llevé, pasé por la boletería y había un cartel así de grandote en donde se avisaba quen Piriápolis se precisaba gente pa trabajar. La paga es muy buena.. ¡ cuatro pesos mama!… ¿qué te parece? . Y dan además casa, leña y agua…
Y era verdad. En las distintas estaciones del ferrocarril habían afiches solicitando obreros ofreciendo buena paga además de casa, leña y agua. La construcción del Argentino, un hotel gigante acariciado por el mar y otros múltiples emprendimientos necesitaban muchísimos brazos útiles. La oferta era tentadora. Angelito con la ayuda de su madre preparó una bolsa en donde colocó alguna ropa y casi sin despedirse de sus hermanos partió a pie hasta la próxima estación para abaratar el viaje. Doña Petrona, su madre lo acompañó hasta la tranquera. Lo abrazó fuerte. Muy fuerte y lo llenó de besos. Don Atiliano «manejaba la plata» y Petrona no podía disponer de mucho. Le dio a su hijo un peso… Angelito empezaba su vida de hombre independiente, libre, con una bolsa en el hombro y un peso bien apretado en el bolsillo. El corazón latía con fuerza, con unas ansias locas de crecer por dentro y de disfrutar una vida distinta…
Un largo tren tirado con una ruidosa locomotora a vapor lo llevó hasta Pan de Azúcar.¡ Subir a un tren!. Desde allí a pie hasta las oficinas administrativas de Piria, distantes ocho quilómetros. ¡ Cuántas angustias, temores, esperanzas al firmar el contrato, su primer contrato de trabajo!.
–Muy bien muchacho!. Has hecho bien y te irá mejor todavía si trabajas con ganas y obedeces las órdenes sin chistar!. Acá tienes este papel. Con él vas hasta el puerto y encuentras la cuadrilla de Nicolás Pérez. Él te va a decir dónde vas a trabajar y dónde te vas a alojar…
Años después, «Don Ángel», comentaba lo siguiente: La casa que ofrecían eran barracones de chapa y madera donde dormían diez o doce personas, como podían… Yo no tenía nada, así que descansaba sobre la bolsa de ropa que había llevado, pero muchos como yo abandonaban esas comodidades por el «abrigo de la intemperie» ya que la enorme cantidad de pulgas existentes hacía imposible conciliar el sueño allí. Cuando pregunté por la leña, la respuesta fue precisa y corta: «En el monte»… Cuando pregunté por el agua, la respuesta fue parecida: «en el manantial del cerro…» (Es en el San Antonio, donde ahora hay una virgen… y el agua sigue manando…).
El primer trabajo asignado fue cargar arena de la zona de Punta Fría para traerla hacia las playas frente al hotel…
«Buen sueldo, casa, leña y agua».
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