Pedro Martínez conoce su oficio bien, lo que se dice bien. Hace ya más de treinta años que trabaja como locutor en la estación de radio de Iporá, la vieja emisora » Ecos del Sur». En estos últimos años tiene a su cargo, merecidamente, algunos programas centrales de esa radio. Uno de estos programas que los habitantes esperan con cierta avidez es el informativo central que se emite a partir de las doce y treinta. Son noticias locales: policiales, sociales, políticas, necrológicas. Pedro tiene una voz firme y clara que cae bien al oído. Casi sin tener conciencia, su voz va cambiando a lo largo del programa según el tipo de información que transmite…. A veces dulce y suave anunciando un nacimiento, potente en las policiales, con suspenso en la transmisión de los resultados deportivos, muy, pero muy triste, de circunstancia, baja pero clara en las necrológicas… Diría que casi se le cae una lágrima, aunque no conoce al fallecido, cuando dice:
Luego de padecer una larga enfermedad ha dejado de existir en nuestra ciudad el estimado vecino y amigo don Romualdo Rocallosa. Sus restos están siendo velados en la empresa » Terra Vostra», sala número dos. El sepelio tendrá lugar mañana dieciocho de abril, a las nueve horas en el cementerio local».
Romualdo Rocallosa acaba de morir en el Hospital Acevedo a los setenta y cinco años de edad. El médico diagnosticó como causa de su muerte una descompensación generalizada de sus órganos vitales debido a un cáncer pancreático que lo aquejaba. El médico forense, Dr. López, tuvo que levantarse a las cuatro y media de la madrugada cuando le avisó la Ners de guardia en el hospital que el viejo Rocallosa había muerto. El frío de la calle contrastaba con el calor de la cama en la que dormía abrazado a su mujer. Mantiene dos diálogos que ustedes como yo pueden escuchar. El primero con la Ners. Barrios que lo mira siempre con ojos de mujer enamorada. El segundo con la Sra. María Soárez de Rocallosa. Escuchemos entonces:
–Buenos días… ¡Va!. ¡Qué buenos días ni que buenos días!. ¡Con este fresquete!.
–¡Buenos días , Doctor!. ¿Qué tal?. ¡Qué frío hace!… Bueno, acá dentro, no tanto, más bien que a una le da una cosa en el cuerpo al estar muchas veces solita… ¡ Dame que te cuelgo el abrigo!.
–Así que se murió el viejo…ya era hora, ¿no?… ¿Pero, dónde está la maldita libreta de las certificaciones?… ¡Siempre que se ponen a ordenar desordenan!…
–A ver Doctor… no te preocupes… ¡ acá está!…¡Qué harías tú sin mi!…
oooooooooooooooo
— ¡ Buenas Dotor López!… ¡ Se murió mi Romualdo! ¡Se murió mi viejito!
— Mis más sinceros pésames Sra. María… Lo siento muchísimo… Usted sabe que hicimos todo lo que pudimos, pero así es la vida, así es la vida… Estuve a su lado hasta sus últimos momentos… luché y luché … tenga la seguridad que no sufrió, que..
— Ya lo sé dotor, ya lo sé… . Justo que hoy me había retirado un rato…¿sabe?… un ratito hasta casa para descansar y comer algo… me avisa la Luisa Barrios que se moría… ¡No pude llegar a tiempo pa despedirme del ! ¡Pobrecito!…¡ Ahora descansa en paz!….¡ Munchas gracias dotor !…¡ Munchas gracias!…
Se hace difícil encontrar lágrimas aquí, en este momento, aunque doña María se ha pasado varias veces su pañuelo de encajes por el rostro. Tiene algo enrojecidas sus mejillas en las que el paso de los años han dejado algunas profundas arrugas. Por los gruesos cortinados blancos se filtra la tenue claridad del día. El muerto está definitivamente quieto. Le han cerrado los ojos para que pueda ver mejor desde muy adentro el viaje hacia la eternidad. La enfermera retiró un andamiaje de soportes, de cánulas, de recipientes diversos… Está sola María aunque allí cerquita, en la cama, está Romualdo. María lo mira sin lágrimas. Sucedió lo que hace tiempo se esperaba. Mejor. Mejor para todos. Eso de pasar las noches en vela, haciendo gastos en medicamentos, sin limpiar como le gusta la casa, sin poder ver las comedias… ¡Sólo ella sabe cuanto ha sufrido!…Siempre las vecinas preguntan por Don Romualdo…¡cómo si les interesara!. ¿Y ella?. Nadie se interesa por ella, por sus angustias, por su agotamiento. ¿ Y los gastos? . Las muchachas ya han ido a la empresa ha realizar los trámites… Ellas saben… Será el momento de reorganizar su vida piensa. Saca cuentas una vez más de las ventajas que tendrá al disponer de una buena vez por todas de los bienes. Se le escapa una sonrisa cuando se imagina concurriendo a cobrar la pensión de su marido, de el que era su marido…
Romualdo ya no vive este momento y nunca se lo pudo imaginar realmente. En los últimos meses, cuando la enfermedad empeoraba, a veces pensaba en la muerte. No en una muerte cualquiera sino la suya propia… Es fácil, muy fácil pensar en la muerte de otros, pero en la que uno es el protagonista central… ¡ Eso si que es difícil!. Pensaba en su muerte cuando miraba la cara de preocuapción del doctor cuando cotejaba los últimos estudios que le alcanzaba la enfermera o cuando escuchaba la voz indisimulada de su yerno, el Paco García, que anhelaba quedarse de una vez por todas con el almacencito que venían explotando a medias… A veces, como resultado de la aplicación de algunos nuevos y potentes fármacos, los dolores parecían disminuir, se levantaba, caminaba por el hospital, esperaba el alta médica… Pero no, no duraba mucho aquello. Volvía a recaer y los dolores, en particular en todo el vientre, y últimamente, también en los riñones, le hacían volver a su realidad, el destino final de todo ser humano, de todo ser vivo… La llama se apagaba. Al principio discurría mentalmente de la situación de su familia. Eso lo hacía sentirse bien. Bien porque era como una caricia para su alma. Su mujer tendría asegurada parte de su jubilación, que no era mucha pero que le alcanzaría sin duda. Tendría su casa, casa de pobre,como muchas veces hablaban, pero con todo lo necesario. Incluso, podría vender el Fordcito y rebuscarse de unos pesos más. Las hijas eran grandes y estaban casadas… Pero la noche, esa noche, después que pasó el carrito de los remedios con su letanía diaria, de esa sinfonía lúgubre de sus ruedas al deslizarse por las baldosas desparejas del piso y que hacían sonar ríspidamente los frascos conteniendo líquidos desinfectantes, las bandejas, las jeringas… esa noche su cuerpo le avisó que su alma debería buscar mejor resguardo… Entonces sí, ya no pudo dejar de pensar en su propia muerte… ¿Cómo sería esta?… ¿Sufriría aún más?… Era el final. Era el final de lo bueno… Y acudían vertiginosamente a su mente imágenes de felicidad, en forma atropellada y sin orden cronológico. Y estaban en él sus novias, su mujer, su amante escondida, sus hijas… los concursos de pesca… su almacén…. Y acudían también, desenfrenadamente la tristeza de la muerte de su madre, las discusiones con su yerno, las escapadas de su mujer al casino, los clientes que habían llevado mercadería del almacén para no pagarla jamás… Ahora le ha dado por pensar en su situación actual: postrado en una cama, dependiendo de otros, dolorido e infecto, sin servir para nada. El dolor del alma de verse vejado por los enfermeros que tomaban sus parte íntimas para higienizarlo o para entubarlo porque sus riñones no querían responder…¡Qué diablos!. Era bueno librarse de todo esto… Vio como su esposa iba al baño, se cepillaba un poco, se perfumaba, acomodaba sus cosas en el bolso y se preparaba para irse…
–Me voy, Romualdo, me voy un ratito hasta casa. Estoy tan cansada. Via ver como está todo por allá… Llevo también ropa tuya pa ver si Luisa o Carmen me la lavan… Cuando venga te via dar una afeitadita… así quedás guen mozo…
–Bueno… andá nomás…
El viejo Romualdo no supo decir nada más. De hecho fueron sus últimas palabras en vida, porque tampoco tuvo fuerzas para llamar a la Ners. Con el paso de las horas sintió que sus fuerzas le abandonaban, que cada vez le costaba más mover cualquier parte de su cuerpo. Sin embargo esta lasitud le resultaba placentera, muy placentera. Los dolores se iban. El frío que sentía en los pies había desaparecido. También cesó de golpe, ese dolor persistente que tenía en los riñones… ¿Le habrían retirado el suero?… No escuchaba tampoco el monitor… Todo estaba en una calma total. Total y dulce. ¡Qué bueno que ya no sentía dolor alguno!. ¡Cuánto tiempo hacía que no se sentía así!. Eran las tres y media de la madrugada, cuando sintió un último estremecimiento y entonces dejó de sentir su cuerpo. Abrió desmesuradamente sus ojos que no pudieron ver la habitación catorce, débilmente iluminada y de la cual era su único habitante… Se le escapó una lágrima. Se fue. Se fue solo…
Carmen Rocallosa y su hermana Luisa van con paso rápido por la vereda húmeda y fría hasta la empresa. No queda lejos. Algunos obreros la cruzan. Van con bolsos colgados en los hombros vistiendo ropas de trabajo. Charlan animadamente. Resplandecen las brasas de algunos cigarros… Las muchachas van ensimismadas en lo que tienen que resolver. Resuenan los tacos en la vereda. Un perro ladra. Una vez en la empresa fúnebre acuerdan los detalles… el cajón mortuorio… los avisos fúnebres… unas flores… Acuerdan lo más barato.
La sala velatoria ocupa una vieja casona en la esquina de Laureles y Marcos Reyes. Tiene unicamente dos salas y a Romualdo Rocallosa le ha tocado, en la número dos, recibir sin ver, el sol de un nuevo día. Allí está el cajón de ínfima calidad y el muerto muestra su amarillor que contrasta con el blanco de la mortaja. Doña María no tuvo tiempo de afeitarlo pero los funebreros lo han acicalado bien. Le peinaron su bigote y peinaron también con atención los mechones de pelo que aún conserva a ambos lados de la cabeza. Le han colocado unos claveles amarillos, doce, para recordar a los dolientes su filiación partidaria. En las sillas, pocas personas: María, Luisa, Carmen y cuatro vecinos…
Los velatorios en Iporá se parecen entre si… El olor de las flores y del sebo de las velas se mezcla fuertemente con el perfume barato y abundante que las vecinas se esparcen ese día. Cerca del cajón,donde con los pies juntos y las manos reposando sobre el pecho el muerto parece descansar, nadie habla. Las miradas van desde el suelo hasta el muerto, desde el muerto hasta los que están en la sala contigua, de la sala contigua… nuevamente al muerto… María le ha dado por pensar en si deberá guardar luto durante mucho tiempo o no. Piensa que con un mes o dos de ventanas cerradas y en silencio ya bastan. Después hará una buena limpieza, cambiará los muebles de lugar. ¡Ah! . ¿Y la cama tendrá que cambiarla?. ¡Claro!, se responde… Luisa sin embargo, está realmente triste. Es la hermana menor y el padre siempre la consentía. Está al lado de su esposo Roberto. Roberto le habla al oído. Es un susurro apenas pero ella entiende que se trata del almacén que Carmen explotaba a medias con su padre… Mira con desconfianza a Carmen…. De vez en cuando vienen vecinos a saludar. Los más veteranos le dan besos pegajosos y sienten asco. Otros le tienden la mano y murmuran un saludo… Carmen sabía hace tiempo que su padre iba a morir. Ella hablaba frecuentemente con el Dr. López y estaba esperando ese desenlace. Ha hecho planes con Paco para reorganizar el almacén y también para hacerse del Ford que está en el garage y que les servirá muy bien a los dos que tienen casa en la playa. Piensa que ni Luisa ni su madre lo necesitarán para nada.
En la pieza de al lado se han juntado una veintena de personas que charlan por lo bajo… Es necesario hablar bajo para que el muerto pueda descansar bien y también para que en su viaje hacia el cielo pueda elegir la ruta adecuada. Como los que se encuentran allí son parientes y amigos de Romualdo que han venido desde lejos y hace mucho que no se ven, hablan entrecruzadamente y sin pausas. Hay que pasar revista a temas relevantes desde el punto de vista familiar: salud, nacimientos, trabajo…. Se promenten visitas sabiendo que no cumplirán. Hablan de personas que hace quince o veinte años que no ven. A veces se sienten risas. Las risas vienen de la vereda en donde algunos han salido a fumar y otros a tomar aire y «refrescarse». Allí abundan cuentos, anécdotas y bromas, algunas de ellas referidas al muerto y a la familia de este. Es como si Romualdo estuviera desnudo a la vista de todos mostrando las pobrezas, las debilidades humanas. Salen a relucir sus deslices amorosos de tres décadas atrás, de su impotencia de los últimos tiempos, de las grappas que se tomaba de más en lo de Alegre, etc… Pero siempre los cuentos terminan con un » Pero era muy buen tipo el finadito…»
Dos días después del entierro fue jueves. Un día de sol espléndido. Un día de sol y con algo de viento seco del sur. Un día de sol y sin una nube. Luisa y Carmen han concurrido a ayudar a su madre a ordenar la casa. Madre e hijas se han puesto de acuerdo en » eliminar los recuerdos de Romualdo». Entonces pasan sin más trámite a bolsas y cajas sus ropas, sus zapatos, la caja de anzuelos, los trofeos de pesca, un montón de revistas y libros, su máquina de afeitar que le había regalado una tía… Todo se amontona en forma desmañada y va a hacer compañía a otros desperdicios. Lo que antes se atesoraba en los viejos muebles de nogal, lo que antes se bruñía con esmero, lo que antes se acariciaba con amor ahora yace de cualquier manera esperando su destino final, el basurero público. Es entonces, cuando sin saber cómo, desde un cielo transparente, diáfano, cae una gota cristalina y tibia sobre la mejilla de Carmen que no encuentra explicación.
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