Cosas Del Maestro Ernesto…

Los pueblos chicos son familias grandes… En Batoví, en aquel entonces con poco más de cuatro mil almas, todos se conocían. Bueno, se conocían en los aspectos que más destacan a un vecino, o sea en los aspectos que hacen a las risas, al disgusto, a la ironía, al mal…  En lo mucho de negativo que un ser humano pueda poseer y en lo poco bueno que pueda sembrar en este mundo. Cuando los más viejos visitan Batoví para encontrarse aún con algún sobreviviente de mediados del siglo pasado todavía pueden, arañando recuerdos, traer imágenes vívidas de épocas agonizantes pero no muertas. Es como si las calles ahora asfaltadas volvieran a su balasto polvoriento en verano y barroso en invierno, como si muchas casas hoy abandonadas cobraran vida y floreciesen nuevamente los malvones y los jazmines… Volviésen los gritos del lechero, del vendedor de diario o la llegada de la ONDA.

En la escuela que da frente a la plaza  Treinta y Tres, entre los añosos árboles que enmarcan el patio de entrada, se puede divisar con claridad un gran cartel de letras de cobre oscurecido por el tiempo que reza: «Escuela Maestro Ernesto Carvini» . Lleva el nombre de quien es  considerado hombre ilustre de la comunidad e insigne maestro de ese centro. En la plaza con el color verdoso del moho indiscreto, con gesto adusto, labios apretados y mirada soñadora, está lo que quiere ser la representación material del maestro Ernesto. Está un poco retirado del Artigas que posa en un rústico pedestal de granito de grueso pulimento pero cuidando no darle la espalda a nuestro héroe máximo. Como lo ubicaron a la sombra de  palmeras centenarias donde anidan multitud de palomas   está siempre salpicado de manchones blanquecinos pese al esfuerzo del placero por mantenrlo presentable.

Los pueblos todas deben de tener sus lazos de unión que las hacen ser unos y no otros. Esos lazos que tienden a envejecerse con el transcurso de los años y que es necesario darle lustre para reconocerlos como tales. Y los aniversarios con los grandilocuentes discursos recordatorios, las revistas culturales, las fotos, son útiles y necesarios  a tales efectos. Los intercambios de anéctodas, de hechos reales o no, sirven también  para afirmar esos acontecimientos que son la historia de una sociedad. Y una historia es realmente valiosa y útil si tiene héroes. ¿Cómo puede existir un pueblo sin héroes?. Los héroes son como el cemento a los ladrillos en una pared. Un héroe es un varón ilustre y famoso por sus virtudes. Un varón y no una mujer como corresponde en una sociedad machista por excelencia. Existen los héroes nacionales pero también existen, con menor talla, más pequeños digamos, los héroes pueblerinos. A veces es difícil encontrarlos pero, con paciencia y esfuerzo y también con buena disposición para ver multiplicados los hechos positivos y disminuidos los hechos negativos de la persona en cuestión, se encuentran. Se encuentran si. ¡Claro que se encuentran!.

Hace ya como medio siglo una comisión de cultura que reunía a  las personalidades más importantes de Batoví se dieron a la importante tarea de designar con algún nombre a la escuela del pueblo que cumplía un dieciocho de abril sus primeros cien años. ¿Cómo la escuela del pueblo no iba a tener un nombre?.  Se discutió mucho sobre el tema. Se trasegaron muchos litros de whisky, se dibulgaron muchos secretos de alcoba, se desenpolvaron muchos abuelos ya casi olvidados y al final, gracias a una idea que aportó don Anselmo, el fotógrafo del pueblo, se decidió unánimente y sin distinción de banderas, que el nonbre  en cuestión no podía ser otro que » Maestro Ernesto Carvini»

¿Y quien era en vida José Ernesto Carvini de la Fuente ?. ¿Qué hechos virtuosos le hicieron marcar profundo su huella en esta vida ?…. Pues, son discutibles la mayoría de las acciones que se le atribuyen y que engalanan su figura casi hasta límites inimaginables… De cualquier manera la comisión de los festejos del centenario de la escuela de Batoví sacaron en claro de la oscuridad de la memoria y del pensamiento una serie de hechos que son los que motivan este relato y que es bueno que trasciendan para bien de todos los curiosos que deseen dar con la verdadera historia del maestro Ernesto. Hechos que fueron festejados con risotadas y que para nada empañaron los que deben ser recordados como meritorios y elogiables en el maestro Ernesto.

José Ernesto Carvini era hijo único de Don Pedro Carvini zapatero hijo de inmigrantes tardíos y crédulos que cuando cualquiera sabía que en estas tierras solamente habían piedras muy lindas y útiles pero que  en nada se asemejaban al pretendido oro que buscaron los asturianos y gallegos  que asentaron en Lavalleja se afincaron para siempre por acá . Don Pedro tenía tanto de bruto como de bueno y trabajador. Pasaba el día doblado sobre el pedazo de cuero ennegrecido que colocaba sobre sus piernas para darle con fuerza a veces y con delicadeza extrema en otros al remiendo en cuestión de añosos zapatos que le traían al taller. Cuando Ernesto alcanzó la edad de trabajar, de  darle una mano para aliviar su tarea e incrementar los menguados ingresos del hogar a Pedro se le puso entre ceja  y ceja que su hijo no podía tener la vida que a él le había tocado. Fue entonces que doña Carmen instaló más cuerdas en el fondo y colocó bien en el frente, cerca del cartel. «Zapatería el Rápido» otro cartel que rezaba: » Lavandería el buen trato «.

Por más que en la biografía que intentó hilbanar el cura Eduardo trató de detallar las virtudes intelectuales de Ernesto y de entretejer  un manto de auto-didáctas a la familia Carvini y afirmaba » tenía una escasa en volumen pero de muy selectos ejemplares una biblioteca …» lo cierto es que en esa casa además de una biblia de pésima encuadernación existían tres volumenes del Banco de Seguros y con algunas hojas de menos el texto único de quinto año… Igualmente, ya sea por el empuje que los padres le dieron, por el esfuerzo personal, los amigos pueblerinos que no sabían de mañas y artes o de lo permisivo de sus educadores él cumplió sin muchas dificultades la enseñanza primaria y luego la secundaria. Bien distinto le resultaron sus cuatro años en el Instituto Magisterial donde las exigencias fueron superiores pero que igualmente supo sortear con éxito.

En la revista mensual que publica la «Casa de la Cultura» y que todos conocen como » Luz del Batoví» vienen destacados las luces de su ilustre vida. En este relato se tratan de detallar las sombras sin las cuales estas no se podrían destacar como es debido.

Los cuidados del recreo.  Los recreos en las escuelas son espacios de tiempo destinados por los entendidos en educación para que los niños puedan reponer sus energías intelectuales, concurrir al baño y alimentarse. Los maestros han dispuesto a fuerza de voluntad y con mucho tesón otros propósitos para este tiempo: salir del aula y liberarse de la tensión que su trabajo demanda diciendo a sus pares toda la maldad, la incapacidad y la haraganería de los alumnos que este año tiene a su cargo. También van al baño y reponen el gasto energético con café, té, tortas fritas, bizcochos o galletitas…

__ ¡ Maestro Ernesto!… ¡Mire maestro ese niño anda pegando y no me deja entrar al baño!.

El maestro movió su dolorido trasero en el duro pollo de la ventana de su salón de clase y arrugando una frente que el paso de los años y la calvicie habían dilatado contestó a los gritos:

__ ¡ Cállate la boca!. ¡Anda a jugar por ahí!. ¡No te das cuenta que tu maestro está descansando!.

Y allá siguió sin darle importancia alguna a los reclamos bebiendo con fruición su tesito de el que se despedía un simbreante  vapor blanquecino.

En realidad el maestro Ernesto se cansaba si. Se cansaba porque desplegaba múltiples actividades. Su biografía habla de su participación en el Comité Patriótico, el Museo Regional, «Amigos del Patrimonio», etc.. Por eso es que a veces se veía en la necesid de  obligar a mantenerse callados a los niños mientras escribían una redacción en hojitas de block sobre » El paseo a la casa de la abuela»   y que después utilizaba pragmáticamente para prender la estufa. En estos casos colocaba sobre el escritorio una vieja Olivetti y tecleaba a gusto sus artículos para el semanario, o un cuento que venía pergeniando, o un discurso político de su partido del alma y que dicen fundó Rivera. Estos silencios eran absolutos al comienzo, relativos a mitad de su redacción y transformados en barahúnda total al final de la misma.

Visitas de Inspección. Cuando las viejas Willy aparcaban frente a la escuela cundía generalmente la alarma. Eran visitas de inspección.  ¿ Y cuándo una inspección es grata?. En realidad nunca o si acaso cuando termina, cuando el «hasta la vuelta» pone punto final al asunto y se puede respirar hondo y acomodar todo un lío de documentación que ha quedado desparramado sobre el escritorio.

Ernesto empezó a trabajar en Batoví cuando las antiguas escuelas de varones y de niñas se transformaron en una, en escuelas mixtas. Durante mucho tiempo quedaron resabios de esa absurda división y fue dable observar durante décadas patios de niñas y patios de varones evitando de esa manera que jugaran juntos… Dedicó muy cerca de cuarenta años a la docencia y entonces dominó una rutina en su hacer de la que estaba absolutamente convencido que era la mejor y por lo tanto indiscutible. Le importaban muy poco las pretendidas orientaciones de sus supervisores y menos aún si alguno se atrevía a realizarle alguna observación…

En Educación Primaria se producen movimientos cíclicos que tratan de recoger nuevos pensamientos, nuevas modalidades para una enseñanza que se adapte más a los niños y a la realidad siempre cambiantes. En determinado momento poniendo el acento en los objetivos, los procedimientos y los recursos, en otros sobre los contenidos y sus relaciones, etc. Fue así que cierta vez la Inspectora Olga Marenales, muy bajita ella , medio chueca y ya entrada en años visitó la escuela de Batoví y estuvo en el tercer año del maestro Ernesto. En esos días el maestro había tenido varias reuniones políticas en procura de oponerse a la ya casi segura elección de Amilivia como intendente de Lavalleja. Consecuencia de ello tenía en el momento de la visita de la chueca Marenales la Olivetti sobre el escritorio, los alumnos desperdigados en grupos jugando a los ceritos, intercambiando figuritas, dibujando o simplemente de excursión al baño. Como era previsible y conociéndose mutuamente desde largo tiempo la visita fue corta y muy ríspida. Lo suficiente como para ojear y firmar algunos documentos. En la documentación presentada por Ernesto lo más lamentable era el cuaderno de planificación. Se notaba a las claras una gran desproligidad, falta de interés y preocupación…

__ Maestro, yo sé que usted tiene muchos años de experiencia y que no es necesario de que yo venga a realizarle observaciones. Estas están demás… Sin embargo recomendaría que tenga preparadas alguna cajita con fichas con trabajos para que los alumnos una vez finalizada su tarea puedan, mientras sus compañeros terminan la suya, realizar alguna otra complementaria, que sea de su agrado. Ello mejorará sus aprendizajes y también dará tranquilidad a usted para que pueda hacer alguna otra cosa… ¡ Ehhhhhhhh!… Y….. también le voy a pedir en el informe que sea más preciso, más claro en las propuestas de actividades que piensa realizar durante el día…. Esta planificación suya está muy sintética…. ¿Entendió?. ¡Muuuy sintética!. Practicamente no dice nada. Dice la fecha y poco más..

Ernesto se acomodó la corbata con su manota gruesa y peluda y luego, extendiendo el índice para dar mayor vigor a sus afirmaciones dijo:

__ Mire Olga, yo prefiero ser sintético y no simbólico…

Después medio entre risas y fastidio explicaba al maestro director tan sabio y flaco como el Quijote que de nada valía escribir una larga planificación si ella no se transformaba en el aula en una propuesta fructífera para sus alumnos.

El escándalo de Rigoberto. El pueblo de Batoví era en sus orígenes un pueblo muy apacible, tranquilo, sosegado. Cuando pasaba algo desagradable se arreglaba fácilmente con algunos «entredichos» entre los involucrados y listo. La policía hacía rondas para conversar con los vecinos y el juez dormía tranquilamente la siesta. Los padres confiaban en los maestros a cargo de la educación de sus hijos y también creían como algo indiscutible que la letra con sangre entra. Cuando alguno de los pequeños llegaba a la casa quejándose de que la maestra lo había castigado o puesto en penintencia los padres rápidamente aplicaban justicia expeditiva: interrogatorio sumarial de los hechos y luego, invariablemente, un solo dictamen, una buena reprimenda al tono más alto que los pulmones y garganta permitieran y algunas sonoras cachetadas para que no volviese a caer en desgracia. Y lo cierto que de una u otra manera los párvulos trataban de enmendarse y no caer nuevamente en desgracia.

Cuando el monte de eucaliptos de los Mendizábal estuvo pronto para su primera tala vinieron cuadrillas grandes de monteadores no se sabe bien de donde. La mayoría eran hombres jóvenes y fuertes. Pobres, muy pobres y rudos y sin familias. Vivían en unas carpas hechas cerca de un pedregal y al borde del monte. Hombres sin familia que enloquecían a las mujeres del pueblo principalmente a las de menor edad y que difrutaban bajo el puente del arroyo » Las garzas » luego de los bailes de los sábados en la casona de Pereira. Dentro de ese grupo de monteadores llegó Rigoberto que entonces tenía trece años y cursaba sexto año. Su madre lo llevó a la escuela y presentó el pase escolar. ¿Por cuántas escuelas había pasado ya Rigoberto?. Petrona,  la madre de  Rigoberto seguía su hombre y su hombre a su trabajo. Ayer en Los Talas, hoy en Batoví, mañana quien sabe.

Rigoberto sabía las tablas hasta la del tres con ciertas dificultades. Escribir casi nada. Más bien copiaba. Era gran copista y tenía excelente caligrafía.Poseía lectura silábica y casi no entendía lo que trataba de leer. Con esos antecedentes fue a parar a la clase de Ernesto al último banco donde se aburría mucho y entonces pedía para ir al baño. En otras hacía pelotitas de papel y poniéndolas sobre la tapa del cuaderno le propinaba tremendo tiquiñazo que le hacía dar un vuelo semejante a un misil. Y tenía a fuerza de ensayos permanentes una gran habilidad. No erraba tiro.

Cierto día, un martes trece que siempre es funesto, el maestro Enrique estaba dando su clase de Historia Nacional y haciendo muchos ademanes, poniendo voz de pito porque la emoción le tensaba sus cuerdas, mirando con fuerza a veces a sus alumnos y en otras al retrato de Artigas. Es que el tema estaba referido a los pensamientos artiguistas y en particular al contenido a las Instrucciones del Año XIII. Cuando el maestro estaba leyendo en un cuaderno de hojas amarillas…   «El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales…» ve a rabillo de ojo que el Rigoberto que ni pizca sabía ni de Artigas, ni de las Instrucciones ni de la madre que lo…  estaba moviendo sus manos como las de un experto cirujano extirpando un carcinoma en el tronco encefálico de un niño. Se movían apenas y sus dedos parecían alargarse hasta casi duplicar su longitud. Movía sus manos y sus ojos iban ora hacia el cinturón de la túnica que casi ya tenía asegurada a la pata del banco ora hacia el maestro …

Ernesto detuvo bruscamente su oratoria. Cerró con fuerza el cuaderno y dio con el tremendo golpazo contra el escritorio. Fue tal el golpe que el pobre cuaderno terminó por perder varias hojas que salieron planeando para caer lentamente en el suelo embaldosado. Se hizo un silencio sepulcral y  la clase quedó como petrificada. Todos los ojos estaban puestos en el cuarto banco de la fila que da al patio de recreo.  La oratoria de encendida fe patriótica del maestro se transformó sin proponérselo en una diatriba terrible. Los niños que luego tuvieron que relatar estos hechos no pudieron decir mucho, salvo que el maestro se puso malo, que golpeó el cuaderno en la mesa y que les pareció que se acercó al banco de Rigoberto. El negro Perera dijo que el maestro dio un puntapié a Rigoberto y que le dijo palabrotas…

Ese miércoles de junio, fríos como pocos, tuvo en los escalones del portal de acceso a la escuela a otra persona distinta que a la directora. Es que mucho antes que llegara Doña Marisa, la cocinera y la Maestra Carmen, la Directora, ya estaban allí Rigoberto y su madre formando una unidad casi indisoluble. La pobre Carmen apenas pudo dar los buenos días y transponer la puerta de acceso a la Dirección. No se pudo sacar el sacón, ni la bufanda que traía puesta, ni la gorra de lana. Nada. Apenas pudo dejar su enorme portafolios sobre una silla y mirar con ojos desorbitados el temporal que se venía. Si. Porque dudas no habían.

__¿Cómo es posible que me pase esto a mi, justamente hoy que es el cumpleaños de mi Ramoncito?. ¿Qué cagada, que inmensa cagada se habrá mandado Ernesto?. ¡Yo no lo puedo creer!. Estas cosas pensaba la Directora mientras hacía espacio para que se ubicasen las visitas inesperadas y abría la ventana para que entrase la luz porque estaban todavía en penumbras.

__¡ Mire Diretora!. ¡Mire Diretora!. Yo vine aquí con m´hijo a ve que pasa nestaescuela. El niño vino ayer a casa diciendo quel maestro le dijo de todito… ¡De todito!…. ¡ A ver, decile a la Diretora lo que te dijo el maestro ese!. ¡Decile nomás! . ¡Vamo!. ¡No tengas miedo qu´  eya es la Diretora y te va ascuchar…

__………………….

Rigoberto se empequeñecía. Quería desaparecer.  Miraba con ojos entrecerrados a la madre y al suelo, muy solapadamente a la Directora. Intuía que aquello no venía bien. Que quizás se había excedido en sus comentarios y que hubiese sido mejor callarse bien callado.

__ ¡El Rigoberto no habla pero yo viahablar por él ! . Ese maestro que usté tiene en sesto le dijo a m´hijo que era un atorrante, un grandulón y queiba a quedar repetidor y que leiban a salir bigotes en laescuela!… ¿Pero qué se cree ese maestro?. Nosotro somos pobres… ¡Pobres si!. Vivimo de la tala e los montes y estamo hoy acá y mañana allá… ¡Pero somo gente honrada!. ¡Honrada y trabajadora!.

__ Pero señora… yo no sé de que me habla usted pero es que el maestro Ernes…

__¿Cómo que no sabe?. ¿Y usté no es la Diretora?. ¡Tiene que saber!. ¿Cómo no va saber?…

__ Es que si usted me explica mejor y …

__ Y ya le via dir diciendo… ya le via dir diciendo que de aquí nos vamo a la comisaría paser la denucia…

__ ¿Pero que denuncia va a realizar?. Yo no entiendo…

La Directora no entendía no. ¿Cómo era posible que el maestro Ernesto hubiese dicho esas cosas?. ¿Sería verdad?. Pero si el maestro Ernesto siempre era muy cariñoso con sus alumnos, les pasaba la mano por la cabeza o los acariciaba al pasar. Muchas veces vio como repartía caramelos o galletitas que conseguía como donación en el almacén de Borrás. No. No podía ser cierto.

__ Y el maestro ese le dio a mi Rigobertito una patada. ¡Una patada!. ¡Sí una patada!. ¡Muestrale Rigoberto!. ¡Vamos, muévete inservible y muéstrale el machucón que te dejó!. Nosotro no le pegamos nunca al Rigobertito. ¡Ah, no!. A lo mucho algún tirón de orejas, pero nosotro somo los padres… ¡Qué se habrá creido ese…!.

Lo que pasó después no merece ser tenido en cuenta. Pasó lo que pasa siempre. Se investiga mucho, idas y venidas, mucho alboroto y después se archiva… En Batoví el escándalo fue mucho y el maestro que recibió el apoyo de la directora y del comisario que también era de la quince. Pese a todo  lo que facilitó el archivo del caso fue la finalización de la tala del monte de los Menizábal en el que solo quedaron filas de ramas secas, de muñones desnudos y un olor penetrate en el aire.

El pozo de los Mendieta.  Como ha pasado en otros pueblos en Batovi la distribución de agua potable por cañería demoró bastante. Durante mucho tiempo el agua para el consumo las familias la obtenían de aljibes que eran contemporáneos de las casonas. Depósitos subterráneos que acumulaban el agua de los techos de chapa o de dolmenit. Agua dulce y limpita decían los dueños de estos tesoros, que sirve tanto para hacer la comida como para un buen lavado de la cabeza.

__ ¡Un agua que no corta el jabón, doñaaaa… ! . Decían las vecinas orgullosas.

Con el tiempo las casas fueron teniendo también sus pozos. Pozos que, aunque tenían » agua salobre», esto es con contenido en sales, tenían la ventaja de » no quedarse sin agua aún en con las secas más grandes. Los manantiales tienen esa generosidad. Agua que brota del seno de la tierra y que tiene el misterio  de ser extremadamente fresca en los tórridos días del verano y tibiecita durante las heladas del invierno.

En Batovi fue famoso durante años el flaco Aparicio. Es que este flaco, de aspecto desgarbado y sucio, había adquirido con sus años sapiencia. Sapiencia para encontrar gracias a su varita de sauce y a su don especial,  la fuente de agua donde nadie sospechaba que estuviese. Era admirable verle caminar con aquella varita insignificante firmemente tomada entre sus manos y girar en círculos cada vez más pequeños mirando como en trance… Ojos entrecerrados fijos en sus manos. Una varita que empieza luego a moverse, a temblar, como que no puede sujetarse casi. Movimientos cada vez más violentos hasta que se desprende y cae… Y entonces… Entonces el flaco Aparicio levanta la cabeza, sonríe y mira a los mirones crédulos o no en su arte y entonces exclama:

__ ¡ Aquí es!. ¡ Aquí s´ta elagua !. ¡Si señooor!. ¡ Y por la juerza e lavarita debe haber guena correntada!. ¡Guenaza correntada les diría!.

Señalaba cuidadosamente el lugar y más tarde, bastante más tarde y dependiendo del día del mes y de las fases de la luna empezaba la perforación. El se tomaba su tiempo porque no era trabajar así como así sino como hay que hacerlo. El decía que el suyo era un trabajo científico y garantizado.

El pozo de los Mendieta lo hizo no sin poco esfuerzo porque tuvo que oradar trabajosamente la piedra durante varios metros para encontrar un agua que desde las profundidades brotaba con fuerza. La familia siempre recuerda cuando el flaco empezó a gritar a todo lo que le daban los pulmones para que lo sacaran rápido, torno mediante, porque el agua quería ahogarlo allí mismo, a quien la había alumbrado… Tal era la fuerza de aquel magnífico manantial.

La perforación fue revestida en ladrillos perfectamente adosados a las paredes del pozo formando un cilindro casi perfecto. Desde arriba, cuando se corría la tapa del brocal podía verse a medio día, cuando el sol alumbraba, un ojo cristalino que parecía clamar por un encuentro… Al maestro no le gustó nunca mirar sus profundiades aunque varias veces sacó agua de él. Es que, dicen, estuvo bastante enredado con la menor de los Mendieta y si no se casó con ella fue porque nunca supo responder, vaya a saber por qué, a los fuertes reclamos de la hembra y entonces ella recurrió escandalosamente al hijo del carpintero. Todo el pueblo comentó eso. El maestro bajó la guardia y estuvo más de un año alejado del pueblo. Cosas de la vida. Después terminó casándose con la gorda Estela. Una mujer agradable, siempre sonriente y de voluminosos senos.

Fue hacia 1960 que se desató tremenda sequía y los aljibes comenzaron a quedarse sin agua. El de la escuela, que dicen era tremendo aljibe, también sufrió las consecuencias. Los miembros de la comisión fomento acordaron vaciarlo para aprovechar a darle una buena limpieza, mientras tanto Carlos Alberto que tenía un campito cerca con buenas aguadas traería agua para la limpieza en una zorra. El agua para beber y preparar los alimentos la cocinera lo obtendría de la casa lindante, de la casa de los Mendieta.

Fue el catorce de abril, esa fecha consta en el registro del hospital local, que el maestro Ernesto sufrió una crisis y debió ser atendido de urgencia. ¿ Cuál fue el diagnóstico médico?.

 El médico de guardia, Dr. Martínez, registró (en la parte que se puede entender de sus garabatos):

» Paciente de 65 años, varón, que se queja de fuerte dolor de cabeza, mareos. P. A  19/11. Pulso 120. Arritmia. Sudoración. Temblores en brazos y piernas. Se resiste a hablar o habla con monosílabos. Se recomienda descanso absoluto y Dormicum dos veces al día.»

Es que el maestro Ernesto quiso colaborar con la cocinera que tenía ese día que preparar pastel de carne para el almuerzo de los niños…

__ Maestro… ¿Podrá tener algún niño que me traiga un baldecito de agua de lo e Mendieta?

Todos los varones gritan y se empujan…

__ ¡Yooo!… ¡Yo maestro!…

__ ¡Déjeme a mi maestro que nunca me manda a nada!. ¡Déjeme a miii!…

Y el maestro eligió a Rodolfo y al negro Medina. Y allá fueron, luego de pasar por la cocina en busca del agua, dando saltos y riéndose hacia el pozo lindante. Era cerca y se veía desde la ventana del salón.

El maestro estaba ese día tratando de desentrañar con sus alumnos las razones del por qué para calcular el área del triángulo hay que dividir entre dos. Estaba en eso. Explica que te explica cuando sin proponérselo mira por la ventana. Mira por la ventana hacia la casa de los Mendieta y lo que ven sus ojos no lo puede creer. ¡Cómo creerlo!. ¡Nooo!. Es que sobre el pozo, sobre una de las tapas herrubrientas que cubren el brocal está de pie, tratando de destrabar la cadena de la rondana el tal Rodolfo. Está de pie con los brazos estirados sujetando la rondana con una mano y con la otra tratando de desenroscar la cadena…

El maestro corrió a escape hacia el pozo, tomó entre sus brazos al pequeño y lejos de rezongarlo, de reprimir su conducta lo llenó de besos. Lo llenó de besos y lo acarició tan fuerte que el negro Medina vio que su amigo lloraba. Es que estaba tan apretado que casi no podía respirar. Así lo llevó hasta el salón donde cayó exausto en el banco de Merialdo.

 

Los amigos del maestro.   En realidad siempre tenemos pocos amigos, realmente pocos, sin embargo parece ser que Ernesto tenía muchos amigos. ¿Cómo era posible esto ?. Todas las maestras decían eso, que el maestro Ernesto tenía muchos amigos,  aunque claro, se referían según ellas a los insoportables, a los que no deberían estar sino en  escuelas especiales. Amigo es en realidad todo aquel con el que se tiene un tratamiento afectuoso, aunque no haya verdadera amistad. Entonces, así entendido, Ernesto era amigo de muchos de los alumnos de la escuela concurriesen o no a su clase.  Sus colegas conocían bien a Carlitos, Mario Carmona, al Negro Pedro, a la pobre  Antonieta y otros por el estilo. Todos ellos tenían algunos rasgos comunes que los hermanaban. Parecidas las ropas que cubrían sus cuerpos flacuchentos y de vientre abultado, en los cabellos enmarañados, en las uñas sucias y en los mocos colgando.

Cuando pasaba por las clases a la Dirección o al baño el bonachón de Enrique miraba hacia los salones y los veía… Veía a quienes serían sus amigos en dos o tres lugares. Si estaba la maestra dictando una clase, poniéndo énfasis en su voz, agrandando sus ojos y moviendo sus brazos estos estaban haciendo ingentes esfuerzos en los últimos bancos de la clase para estarse quietos. Es que la maestra estaba hablando un lenguaje totalmente desconocido, incomprensible : laguna, cordillera, estuario, mercado libre, producciones no tradicionales, balanza comercial… Un mapa colorido al que iba y venía señalando cosas… ¿qué habría allí tan importante?. Algunos compañeros, impacientes a veces, levantaban sus brazos para pedir la palabra y decían cosas tan inentendibles como las palabras de la maestra. Para colmo el estómago se apretaba contra las tripas y reclamaba por nuevos nutrientes. Si, Ernesto los veía allí. Y veía cosas que la maestra, su maestra, desgraciadamente no veía y entonces Ernesto les sonreía. Y esa sonrisa era como un bálsamo para Carlitos, Mario Carmona, El Negro Pedro, la pobre Antonieta … Algunas veces sintió a alguna colega enojarse porque estos se distraían mirando hacia el patio… ¿ Por qué el maestro salía de clase?. ¿ Por qué no le llamaban la atención como correspondía?.

Otras veces estaban sus amigos  en el patio caminando con parsimonia hacia los baños. Habían logrado autorización para salir con el pretexto de deseos de hacer pipí. En realidad el deseo era salir, liberarse del martirio de lo incomprensible, de la rigidez del banco y de las observaciones a gritos que la maestra le hacía. Entonces… allí iban caminando lento, pateando alguna tapita de refresco o un papelito. En otras, rara vez, mirando el tesoro de un par de bolitas birladas a algún distraído.  Eduardo hablaba algunas cosas con ellos, algunas palabras tiernas o buscaba algo dulce en sus bolsillos para compartirlas con el amigo ocasional. Un caramelo, un galletita, algo… Una palabra de amor…

Una vez, cuenta su nieto, él fue hasta la dirección para consultar el Libro de Matrícula. Eran tiempos aquellos en que un error en el asiento que debía llevar el docente en su auxiliar equivalía a causa de sumario, entonces era muy necesario constatar que la fecha de nacimiento, el nombre completo, la escolaridad estuviesen asentados sin errores. Se encontró allí contra una pared, en el rincón donde se colocaban las banderas momentos antes del desarrollo de los actos patrios a Pedro Irrazábal. Uno de los tantos Irrazábal que concurrían a la escuela y por ende al comedor y que por esos tiempos tendría no más de ocho o nueve años.  Estaba apoyado en la pared para sobrellevar mejor la postura incómoda que  había determinado la Directora como veredicto primario de su problema de conducta de ese día de junio. Ernesto lo miró con ternura y le sonrió pero no le pudo decir nada. La que tomó la palabra fue su Directora, doña Carmencita, una gorda cuarentona, soltera todavía y de muy mal genio. Tomó la palabra para hablar alternativamente,  medio quedo al oído del maestro Ernesto  y bien alto, agitando los brazos y transformando su bocaza en un surtidor  al pequeño, incriminándolo con la fuerza de su dedo regordete y una voz pastosa y fuerte….

__ ¡Menos mal que tú no vienes muy seguido por aquí!… ¡Ya te quisiera ver…!

__ ¿Pero que te pensaste Pedrito?. ¿Qué te creiste túúúúú…?. ¡ Cómo es eso de apropiarse de las cosas ajenas así como así!… ¡Párate derecho te digo!. ¡Sinverguenza !.

__  Este que ves ahí y que tú lo consientes… Ese.. » tu amiguito»… es flor de sinverguenza y ya va aprendiendo el oficio de su padre… ¿Sabes tú de quién es hijo este…?

__ ¡Parate derecho y no te arrecuestes a la pared que no estás acá por gusto!. ¿ Por qué metiste tus manos en la cartera de Margarita y le sacaste su alfajorcito?….¿Cómo es eso?… ¡Pobre compañeritaaa!.

__ Y una se preocupa che… ¡Se preocupa!. ¡Para mejor viene la vieja esa, la madre de la Margarita y mete un escándalo de mi flor porque la nenita no pudo comer su merienda… Una va a la casa de estos muchachos chicos hoy y mañana y pasado y  generalmente no encuentra a nadie. ¿A quién va a encontrar?. ¡ Unos perros flacos y pulguientos!. ¡Eso es lo que encuentra!. ¡Ah!. ¡Y algunos muchachos chicos todos sucios  jugando con tierra!. ¿Y el padre?. ¡Padre no tienen!. El Artigas Pereira se fue después que nació este… ¡Aburrido el pobre!… Bueno….vaya una a saber!. Dicen que estuvo preso no sé cuanto y que cuando volvió su mujer se dedicaba a la profesión más antigua del planeta…  A putiar por ahí. …Entonces…

__ ¿Pero cómo es que no sabes Pedrito que es necesario pedir algo cuando uno lo desea?. Si le hubieras pedido un pedacito de alfajor a Margarita ella te hubiese dado porque es muy buena.. Pero no… ¡Siempre portándote mal!…. Dime… ¿acaso tú no vas al comedor para que la cocinera te dé tu leche y tu pan?…

Pedrito levanta unos ojos llenos de lágrimas y quiere balbucear un «yo no fui…» cuando la Directora se da vuelta para seguir con su colega:

__ Y esta mujer, la Chavela le dicen, se va a Las Cañas a trabajar con la cartera y después se viene por acá haciéndose la mosquita muerta. Porque tú sabrás como hombre como son estas cosas. Para comprar una barra de jabón o un abrigo no hay, o un pedazo de pan para darle a sus hijos tampoco… pero… ¡ el cigarrillo nunca falta!. ¡Qué va a faltar!. Se viene a la escuela toda producida, hecha una vampireza, revoleando la cola y vistiendo buena ropa y toda pintada que es un asco… ¡Quéeee!… ¡No me vas a decir que nunca la viste!…. ¡Ja, ja ja….! Y entonces… ¿Qué me dices tú!. Yo te digo, maestra vieja, con más de treinta años de carrera docente, que a estos gurises hay que corregirlos. ¡ Hay que corregirlos cheee !. ¿Y cómo se corrigen?. ¿Sabes tú?. ¡Con buenas penintencias primero!.  Y después, con suspensión. ¡Hay que suspenderlos!. ¡Suspenderlos para que aprendan!. Para que aprendan a portarse bien y dejen a los maestros trabajar a gusto… ¿O es que los que quieren trabajar están obligados a perder el tiempo con estos caraduras che?

El maestro Eduardo iba a decir algo. La miró a los ojos y estuvo a punto de comentar algo que pudiese hacerla cambiar de opinión y que ello redundara en beneficio de ese niño y de otros que como él iban por allí. Pero no. Se cayó. Dio media vuelta y sin llevar lo que había ido a buscar se fue. Se fue caminando lento y recordando como unos días antes había visto a la madre de Pedrito dando diente con diete en una fría mañana de junio llevando a la escuela un certificado médico…

En el pueblo muchos recuerdan al maestro que a veces suspendía su tecito y sus tertulias con las otras maestras a la hora del recreo para desarrollar algún tipo de competencia insólita. Campeonatos que solamente él y sus alumnos comprendían: un campeonato de bolita, de trompos, de zancos… Eran momentos en que la escuela se agitaba, los deberes se olvidaban y la Directora no sabía si dar la razón al gestor de estos juegos que hacían reir y tener recreos más ordenados o a las maestras que se quejaban por el ruido que producían las bolitas en un descuidado titinear por el piso en plena clase de matemáticas.

El Bar la Cueva . En la misma calle de la escuela y pasando el baldío de los gatos, justo en la esquina había en aquellos tiempos una casona de los tiempos de la fundación del pueblo. Una casona alta, con una fachada con arabescos y dos copones allá en lo alto, todo con las señales que van dejando el paso de los años. Desde el centro de la plaza se notaba que había sido una casa señorial y que no habían escatimado gastos en su construcción. Cuando fallecieron sus primeros dueños sus descendientes le dieron diversos usos hasta que quedó en bar. El bar del pueblo. Un bar de caña y grappa. De caña grappa y vino. La amarga, el vermouth y los refrescos se vendían muy ocasionalmente.  Tenía un mosrador alto de madera ennegrecida y detrás una heladera también con mueble de madera y con muchas puertas. Arriba un montón de botellas que la tierra y las telarañas dificultaban leer sus etiquetas y distinguir el tipo de bebidas que contenían. Como las ventanas estaban medio desvencijadas se abrían parcialmente y había muy poca luz en el ambiente. Penumbras que apenas se disimulaban cuando el sol del mediodía apuntaba hacia la puerta.  Oscuridad y tufo indescriptible a tabaco, alcohol y mugre. Las esposas de los parroquianos empezaron a llamarlo en forma despectiva » la cueva…» y la cueva le quedó tanto que con el tiempo apareció estampado  en la fachada con grandes letras azules.

__ ¡Ya te vas otra vez pa esa cueva inmunda a tomarte tus vinitos…!

__ ¡ Tus amigos de la cueva te andaban buscando…!

__ ¡ Los milicos tuvieron que ir hasta la cueva esa pa calmar un lío que se armó con una jugarreta de truco por plata!.

Fue recién cuando Duarte compró el bar porque se había jubilado de camionero que le agregó algo de lo suyo a la entrada aunque muy pocos lo entendían : »   “In vino veritas.”

En una charla que una vez tuve con Parodi (Gran casinista y bebedor de vino este Parodi) me contó que el maestro Enrique a veces mandaba, poco antes del medio día, a alguno de sus alumnos a buscar al bar una copita de grappa. Duarte que conocía al maestro anotaba el gasto en su cuenta y le daba la bebida al menor en un vaso largo para que no la tirara por el camino.

__ ¡Buen día Don Duateee…!. Manda a decir el maestro que le lleve una copita que hoy tiene mucha sé…!.

Eran otros tiempos y Ernesto recobraba nuevos bríos para las clases de la tarde…

Amor a los libros Los libros tenían en aquel entonces más importancia que ahora. No solo tenían importancia por lo que significaban como esparcimiento sino también como fuente de saber. Consultar un buen libro era consultar un sabio y lo que dice un sabio nadie lo pone en tela de juicio. Además, como los libros eran tremendamente costosos, quien tenía una buena biblioteca era admirado por los demás, no solo por su cultura sino por su poder económico. No he podido saber feacientemente cual de los motivos impulsó al maestro a incrementar constantemente su biblioteca personal. Lo cierto es que llegó a contar con varios cientos de libros, algunos de ellos muy valiosos. Pese a lo menguado de sus ingresos siempre disponía de algunos ahorros para comprar en Tristán Narvaja algunos ejemplares que necesitaba para sus clases o simplemente porque tenían una linda encuadernación.

¿Quién no conoce en Batoví los escándalos de la biblioteca de la Escuela Industrial?. Son temas que por ser secretos conocidos por muchos dejan de ser tales. Resulta que un año, creo que fue allá por las inundaciones del cincuenta y ocho,hubo necesidad de contratar un profesor de Historia para cubrir una licencia que se venía prolongando mucho. Recurrieron al maestro por sus reconocidos conocimientos en esta disciplina. Y allá estuvo unos meses sin pena ni gloria a no ser por lo que sucedió una noche después de una asamblea de docentes. Cuentan las malas lenguas que Florentina, la limpiadora que por la noche salía a descargar sus calores con el pardo Reinaldo ente los arbustos del parque, más precisamente unas ligustrinas que ella se empecinaba en afirmar al jardinero que quedaban mejor así, más bellas sin podar,  en su estado natural, se pegó tremendo susto. Estaban ya alcanzando la gloria de sus abrazos sobre un pedazo de colchoneta que utilizaban los alumnos en sus clases de gimnasia cuando Florentina sintió sobre la espalda un golpe fuerte…  Creyó en principio que era su marido que hace días estaba medio amoscado porque siempre le argumentaba que le dolían los ovarios, que estaba muy cansada o que estaba con el período y todo esto le parecía medio raro. ¿Será que la siguió hasta la escuela y la estaba espiando?. Ella lo había observado más de una vez pasando por la calle del frente haciendo como que paseaba al perro y con la mirada puesta en los amplios salones del edificio. ¿Le habría tirado una pedrada el muy desgraciado?. Contuvo como pudo un grito quiso dar respuesta a la agresión y saliendo de la posición que más le gustaba que era la de Andrómaco aunque el pardo se quejaba de que le dolía mucho miró espantada alrededor y vio sin comprender todavía, un voluminoso tomo seis de al Historia Uruguaya  de Benjamín Naum. Poco tardaron los enamorados en darse cuenta de lo que pasaba… Es que llover libros no es algo natural ni algo que no tenga su debida explicación. Menos a esa hora de la noche. Pronto descubrieron que en el salón cuatro, el que está pegado a los baños y frente a la biblioteca había una ventana abierta. Por esa ventana se podía ver al resplandor difuso una figura borrosa, de aspecto indefinido que arrojaba libros hacia el patio. Florentina y Reinaldo muy a su pesar se acomodaron las ropas y dejaron para mejor momento lo que estaban haciendo. Siempre mirando hacia la ventana en cuestión Florentina tomó el balde con un resto de agua jabonosa y el trapo de piso que siempre llevaba por si las moscas y caminó hacia el galponcito de la limpieza. Allí estuvieron escondidos solo unos minutos, solo para calmar su curiosidad. Ella cuenta que poco después la lluvia paró y que más tarde un hombre de sobretodo negro, una bufanda enroscada al cuello y una calvicie inconfundible anduvo entre los pastos recogiendo presurosamente los libros. En menos que canta un gallo partió como si nada por el portón del fondo.

¿Habrá sido realmente el ahora Profesor Ernesto Carvini?. Cuando días después se rumoreaba en los pasillos y en el patio de recreo el faltante de importantes libros todos estaban asombrados y la pobre Florentina que sabía del asunto se guardó mucho de hablar porque su pardo valía mucho más que cualquier colección.

Las visitas a los hogares.  Hubo un tiempo en nuestras escuelas en que el Consejo consideró imprescindibles las visitas de los maestros a los hogares de los niños. Formaban parte estas visitas de  un correcto diagnóstico de la situación para luego realizar una adecuada planificación de las actividades educativas del año. Estas visitas resultaban a los docentes bastante aburridas, tediosas y de no mucha importancia. Había que realizarlas fuera del horario de clase e implicaban mucho tiempo de trabajo. En la escuela donde trabajaba Carvini trabajaba también una maestra creo que de apellido Martínez que cuando la inspectora que llamaban «la Chueca» tuvo la ocurrencia de darle una respuesta que no era verdadera a la pregunta:

__ ¿Ha realizado las visitas a los hogares?….¿Me puede alcanzar las planillas para hecharles una ojeada ?

Resulta que como ya estaba por el mes de mayo y tendría que tenerlas hechas le dijo rápido y sin titubear mucho:

__ ¡Si Inspectora!. ¡Cómo noooo!. Pero, sabe… es que estuve elaborando una planilla general con los resultados y… se me quedaron en casa…

La Chueca que era tan buena profesional como perra a la hora de perseguir incumplimientos llamó a la Directora para averiguar donde vivía Martínez y si podía ir hasta su casa a buscar las dichosas planillas…  La maestra Martinez quedó más pálida que una calavera y tuvo que ir a buscar la información que estaba, por supuesto, incompleta.

Ernesto tenía en su clase más de treinta alumnos y como le gustaba realizar las tareas ingratas lo antes posible para liberarse de ellas ya en marzo comenzó a relevar en un cuadernito los domicilios de sus alumnos y a ir acordando con ellos las visitas para no encontrarse con la sorpresa de que los padres no estaban.

Una hermosa tarde de sol, no muy tarde, se largó hasta el Barrio las Ranas, uno de los más alejados del centro. Una de las alumnas que vivía allí era Excelsa Domínguez. Excelsa era alta, espigada, pelo largo y donde la pre adolescencia le iba cambiando el cuerpo de sus  catorce años. La casa, una casa color sol de invierno y rodeada de cartuchos y en un peladar, un cerdo dormitando rodeado de moscones negros. Silencio total en la tarde. Un grandulón que caminaba sin destino con un perro negro y una honda en la mano, cazador de apereaes sin duda, le indicó al maestro esa casa. Fue bien atendido, muy bien atendido… Cuando el maestro terminó de llenar la bendita planilla con datos para él inútiles sentado en una silla de patas flojas se dispuso a despedirse del dueño de casa, el abuelo de Excelsa…

__ ¡ Muchas gracias Maestro por venir a esta casa!. La verdá es que por acá viene poca gente, más bien naides. Es que el sinverguenza del Francisco, el padre de la Excelsa como le dije, ni se acuerda que tiene hija. La madre ta en Montevideo y el pasaje sale carísimoooo!. ¿Sabe usté lo que sale?. ¿No sabe?. ¡Carísimoooo!. Tonce, no viene la pobre y lo vecino tampoco. ¡Son muy guenos vecino por supuesto!. ¡Ah si!. ¡Guenísimos !. No vienen, no…

__  Bueno, Don Mayo… Muchas gra…

__ ¡ Pero que gracias ni gracias !. Mire Don Ernesto, yo soy hombre grande como ya vio… Hombre que peina cana y que tiene vida, que tiene carpeta…

__Don Mayo…yo ya hice lo que tenía…

__ Si Don Ernesto, usted ya hizo y yo como le decía, tengo carpeta y me doy cuenta. La Excelsa siempre me habla de usté, me habla mucho. ¡Todo el día se la pasa nombrándolo a usté!. ¡A sí!. …  Ernesto pa ´ca… Ernesto pa´ya… ¡Una barbaridad la Excelsa!..

__ Yo me tengo que ir Don…

__ ¡ Pero hombre !. ¡Si naide lo tiene asujetau!. Y usté vino por lo que vino y yo se lo agradezco, usté se dio cuenta que yo ya voy entendiendo…. ¡Eso e las planiya e la escuela!… ¡ Ja, ja, ja …! ¡Las planiyas!. ¡ Ja, ja , ja !

__ Bueno, entonces… ¡ Hasta luego Don… !

__ ¡ Ta luego Don Ernesto!. ¡ Y puede usté volver cuando quiera a ver a la Excelsa que pa mi es un orgullo!

Y allá salió el maestro con una nube en la cabeza no queriendo entender lo que parecían decir las palabras del viejo aquel.

 __¡ Las planillas…! … ¡Estas malditas planillas ! … ¿Pero que se habrá creido ese viejo de mierda ?

 

Creaciones literarias y apuntes filosóficos. En la biblioteca de la escuela, en un lugar privilegiado están algunos libros de tapa blanda y de pocas hojas que reposan bajo un cartel que dice: « Libros del Profesor Ernesto Carvini «. Se conservan bien quizás por el lugar donde están o porque nunca nadie los pide para leer. Es que la lectura de los mismos resulta altamente dificultosa. Utililzó siempre un lenguaje muy rebuscado, con palabras extrañas y de difícil comprensión. En otros casos apeló a material de otros escritores al que con alguna que otra modificación los hizo como suyos. Sin embargo, en su defensa, tengo que afirmar que siempre, de una u otra manera trató de llevar a sus alumnos por el camino de la reflección y de la auto observación para una mejor comprensión de si mismos y del mundo.

Cuestión de tiempo.  Afirmaba siempre Carvini que el tiempo ha hecho esclavos a los hombres de su generación. Y que esta esclavitud les imposibilita alcanzar una vida plena y feliz. El estar siempre pendientes del reloj, de la hora para dar cumplimiento a tareas que casi siempre le resultan ingratas hace que malgasten su pasaje por esta vida. Es necesario decía liberarse,aunque cuando algún periodista le preguntaba los cómo el se explayaba en un montón de porqués…

En su discurso de despedida de la actividad docente para acogerse a los beneficios jubilatorios para finalizar pronunció como suyo este acertijo sobre la cuestión:

En una casa de cristal viven tres hermanos.

Estos hermanos nunca se encuentran.

Cuando llega el segundo de los hermanos el primero ya no está y el otro no ha llegado.

El primero de los hermanos es el mayor…el más grande… pero ya no está. Se fue.

¿Quiénes son estos hermanos?…. ¿Saben ustede acaso, a qué me refiero?.

Hay uno solo en la casa siempre… muy pequeño él, muy diminuto, muy frágil que recuerda al hermano mayor a veces con amor y en otras con rencores. Tiene siempre muchas ganas de que llegue el otro de los hermanos porque cree que será bueno con él, que lo hará feliz, que lo hará olvidar de alguna manera las travesuras del hermano mayor, ese que y que ya se fue…

Explicó haciendo grandes movimientos con sus brazos y haciendo tronar su voz…

__ …para los que no me han entendido los tres hermanos son el tiempo mismo. Este tiempo que ata nuestras vidas… El hermano mayor, ese que ya se fue, es el pasado. El pasado… que ya se fue, que no vuelve, que no nos encontraremos con él. El hermano que no llega y que esperamos con ansias confiando que él si nos dará lo que no tenemos es el futuro… Un futuro al que no encontramos nunca. No lo encontramos nunca porque no existe. ¿Y que es lo que existe entonces?…. ¿Qué es lo que existe señores míos?…. Pues lo que apenas existe, pequeño, esmirriado, mínimo… es el presente. Este presente… Este ahora…

__ … Y este ahora que existe, pequeñísimo él es el que me dice que debo abandonar estas aulas que han sido mi vida durante tantos años…  ¡Muchas gracias amigos míos!

Todos aplaudieron a rabiar este final tan especial al discurso que ponía fin a una carrera docente de más de cuarenta años. Hubo mucho para comentar de estas palabras finales. Solamente el bibliotecario de la Casa de la Cultura se dio cuenta que estos razonamientos pertenecían a Michel Ende en su esclarecedor libro «Memo».

 

 

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