La madrugada la muestra tan dueña de sí misma, libre del peatón atolondrado, los semáforos en rojos intensos es el toque de queda para el viajero del pavimento, los edificios descalzos juegan a las escondidas con las aceras, la ciudad de cartón renace con la partida del sol.
Las luces de letreros publicitarios suministran de energía a la urbe, los balcones de las casas dan la bienvenida a la luna, quien los observa con mucho agrado desde el palacio azul marino que iluminan las estrellas, sus parques están disfrutando del vaivén de los columpios, los árboles deslizan sus hojas en la resbaladeras y el césped llama a las flores para que se les unan en esta alegría.
Los viejos cimientos narran historias del pasado a los jóvenes inmuebles, mientras los puentes danzan al son de la melodía que producen los postes de luz con sus cables, con ella armonizan los dolores que el día dejó y antes de que los turnos entre los astros cambien, la ciudad de cartón habla a solas con el río, le pide proteja a sus habitantes de cartulina.
Sabe que en breve todo retornará a la normalidad de siempre; con ese ruido que no arrulla, en la que sus calles son agitadas por los pasos del insensato, el caos sofoca el tránsito con el embotellamiento de vidas, seres inmunes a los sueños, donde la magia se apaga por la codicia que maneja su entendimiento y transforma a la ciudad de cartón en la jungla de cemento.
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