Casimiro Rafael Paredes, hijo del rengo Paredes y de Clotilde Bonilla, es por todos conocidos en Iporá. Alto, como para tener que agacharse al pasar de una habitación a otra y alto también, para tener dificultades en cama ajena. Gordo y fornido, tanto que cuando viaja en ómnibus las personas evitan sentarse a su lado. Pelo negro y crespo que corona una cara mofletuda, de piel rosada y tersa. Pie grande, que lo obliga a escoger sus zapatos entre los números especiales. Sin embargo, los más viejos de Iporá hablan de otras irregularidades corporales, de otras medidas que atraen mucho a las mujeres. Son motivo de cuchicheos en la peluquería y muchas damas tejen fantasías con él y otras aún van más allá…
Vive en las afueras de la ciudad, en las praderas que bordean al Río Mestífeles. La vida sana y vigorizante del campo le transmiten una energía especial a su joven cuerpo de una veintena de años. Su única ocupación, vender leche al menudeo usando para ello un carro destartalado, un jamelgo oscuro y mucha voluntad.
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