Archivo de la categoría: Adultos

La Verdad Del Mundo

La verdad del mundo es una trompada. El mundo no es blandito ni rosa, es vertiginoso y sangra.

El verdadero amor es violento, la verdadera violencia es sin golpes, los golpes son mentira y el amor trata de explicar la verdad del mundo.

La verdad del mundo es un grupo de ordenadas hormigas y el árbol que me mira mientras el viento le baila las hojas. La verdad del mundo no es un diálogo de cotorras.

La verdad del mundo es interrumpida por personas que se creen que tienen luz.

La verdad del mundo es, sin dudas, mis hijos gritando cuando juegan. La otra verdad del mundo, de la que debo protegerlos, es la hipocresía (cara y barata).

La verdad del mundo también es la muerte y es una verdad de mierda. Las enfermedades son mentira. La cagada es que también las mentiras son la verdad del mundo.

La verdad del mundo son y no son las quejas, pero seguro que sí son las alegrías.

La verdad del mundo es penetrarla y gozar. Fingir es verdad también.

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Un Nuevo Amor

  

¡Ahí!. Si… ¡Ahí!.  ¡Estás ahí!. ¡Qué suerte encontrarte!.  ¡Qué suerte volver a verte!.  Eres parte de mi. Estás en mi, bien dentro de mi, como tantas cosas. Bueno, no como tantas cosas porque eres especial. Formas parte de las células de mi vida, pero de las células vivas e importantes de mi ser. Cada uno va creciendo, desarrollando su ser  con esos pedacitos que pertenecen a otros. Tú eres uno de esos pedacitos…

Te miré y creo que te sonreí pero no obtuve respuesta inmediata. ¡Claro!. ¡Tantos años sin vernos!. ¡ Yo tan sin pelo…! . Y mucho más delgado dijiste. Claro. El tiempo pasa y no pasa en vano. Después…  nuestros ojos se encontraron. Nuestras almas se encontraron y palpitaron de alguna manera, muy juntas. Muy juntas. Te brillan los ojos. Tus ojos. Y tienes la misma sonrisa que tenías cuando casi niña. Algunas canas se escaparon y delatan como en mi el paso del tiempo.

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Extremos De La Vida

 

viejo

Cae la tarde. Una nueva tarde de otoño, serena, de cielo límpido, de aire tibio y perfumado. Muy lejos se oye el ruido urbano, bocinas, motores rezongando. Acá, entre los árboles, el canto de los pájaros alterado de vez en cuando por el sonido estridente de la sierra de Perdomo.

En el patio de grava, sentado contra la pared en un banco desteñido por los años está el abuelo. Es el abuelo Jaime que cuida a su nieta. Tiene el bastón entre sus manos y hace arabescos en el piso. Sus ojos detrás de los gruesos cristales se ven cansados, lagañosos, casi sin vida. Miran sin ver los dibujos que va formando en el suelo ensimismado en recuerdos de hechos  que janolaron su vida. De vez en cuando recupera su ìmportante misión de guardián y tutor de Clarita y entonces levanta su cabeza y su rostro se altera. A veces arrugando su frente y anunciando peligros inexistentes alza la voz en señal de advertencia. En otras sonríe y contesta con monosílabos las palabras que, inconexas, modula su nieta.

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Cirrosis

Clodoveo Márquez despertó muy, pero muy temprano ese, su último día. Serían poco más de las cuatro de la mañana cuando, después de darse varias vueltas en la cama, prender la luz, acariciar al perro que reclamaba comida, codeó a su mujer para que despertara. Ya era hora de iniciar la jornada con el mate mañanero. Micaela estaba acostumbrada a esos despertares tempraneros e  intespestivos. Lo miró de soslayo, se restregó los ojos que todavía reclamaban por más horas de sueño y calzándose perezosa sus chancletas salió casi a oscuras, arrastrando los pies, hacia la cocina.

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Estos últimos días habían sido difíciles para la familia. Clodoveo casi no dormía o dormía a cualquier hora, cuando sus dolores le dejaban. Todos estaban pendientes de él.  Había que comprar medicamentos que siempre  resultaban costosos para los menguados ingresos del hogar. Las tareas que realizaba Micaela en el quiosco que habían instalado en la pieza del frente  se veían siempre interrumpidas por visitas al hospital para una nueva consulta o a la farmacia para una nueva compra de medicamentos. El hombre comía poco y mal. Encontraba desabrida la comida, sin gusto decía el viejo.Entonces gritaba tan fuerte que todos los vecinos se enteraban de que era lo que en casa de los Márquez se había servido ese día. Los gritos hacían también que los perros corrieran temerosos en busca de refugio debajo de la cama. En algunas ocasiones el plato iba a estrellarse en el fregadero. Los pedazos de porcelana quedaban un rato esparcidos por la humilde cocina y los restos de comida por cualquier parte. Caravana, la gata y Tricolor, el perro predilecto, limpiaban luego a conciencia los restos de este incidente. Mucho más tarde, cuando a Micaela se le calmaba el llanto, lavaba reiteradamente su cara mofletuda y enrojecida, se peinaba un poco el pelo que en estas ocasiones siempre resultaba vigorosamente rebelde, concurría con un balde de agua jabonosa a limpiar el resto.

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La Muerte De La Vieja Elena

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Jueves 4 de junio

Melchor tuvo que asistir a los vecinos cuando sorprendidos por la ausencia de Elena dieron cuenta a las autoridades. Él era vecino de puerta y además hombre de pelo en pecho y espalda cuadrada. Cuando a grito pelado Luisa y Tomasa le interrumpieron el desayuno para pedirle que les acompañara hasta la casa de Elena él se calzó las alpargatas y salió decidido. ¿Cómo  no alarmarse si hacía días que no se la veía a Elena ni regando sus plantas ni llevando a su nieto a la escuela ?. ¿Qué estaba pasando entonces?. Al principio puras especulaciones: ” habrá ido a Montevideo”… ” Estará otra vez disgustada con la hija…” . Después aparecieron comentarios alarmistas, principalmente cuando por la mañan le preguntaron a  Elisa,   que estaba en la parada del ómnibus, por su abuela y ella contestó con un signo de interrogación. La había visto por última vez  el sábado, día en que pasó por la casa a “pedirle unos pesos” para poder ir a bailar con Juanchi. En los últimos tiempos iba poco porque al decir de Elisa “la vieja estaba insoportable”.

Cuando Melchor, a pura fuerza bruta, logró violentar la puerta que estaba cerrada con llave, salió un terrible olor nauseabundo. Un olor mezcla de carne podrida y a gas que invadió el ambiente… Algunos vecinos se taparon la cara y dieron varios pasos hacia atrás. Otros, por el contrario, como atraídos por la fatalidad querían entrar a la vivienda. Murmullos. Incoherencias. Diálogos entrecruzados. La policía recurrió a los bomberos para que, con ayuda  de máscaras se introdujeram en la casa, cerraran la llave del gas y abrieran las ventanas de par en par. Hombres y mujeres, atraídos por lo macabro de la escena, se apretaban unos contra otros en un afán de ver más y mejor para  satisfacer su morbo y poder contar  de primera mano lo ocurrido. Los oficiales, visto lo inútil de sus esfuerzos los dejaban hacer y sólo se preocupaban por “tapiar”  la puerta de ingreso. Algunas macetas y tarros rodaban por el suelo. El milico Mechoso, quizás por los años, más acostumbrado a ver casos como este fue el que hizo un primer relevamiento de la situación y el que acompañó al doctor Rodríguez quien, desde lejos diagnosticó la posible muerte de la vieja por envenenamiento producido por  escape de gas aunque  habría que hacerle la autopsia correspondiente. Eso era lo evidente. Sacó del grueso maletín su libretita y allí garabateó presuroso algo que apenas un entendido podría descifrar y salió casi corriendo llevándose a los curiosos por delante.

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