En un segundo toda mi vida pasó frente a mis ojos, desgraciadamente tuve que presenciar dicha escena, por un instante pensé que no podía respirar, mis ojos se dilataron y mi piel se volvía blanca como un papel. No sabía si escaparme o quedarme quieto en silencio, en ese instante escuché otro disparo que me dejó completamente aturdido, los segundos parecían horas y sin saber lo que estaba haciendo empecé a correr desesperadamente sin mirar atrás, la suerte estaba echada. Cuando mi mente decidió parar la inercia de mis pies no lo permitían, finalmente logré que mi cuerpo vaya descendiendo la velocidad lentamente hasta que pude frenar, el corazón latía ferozmente y la respiración no se podía regularizar. En ese preciso momento volteé y estaba solo.
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La lluvia está mezclada con sangre
Corre por el suelo a la vez que vuela un lamento
Las manos agonizantes caen al suelo
Todo se oscurece se oye un grito de desconsuelo
Como pudiste dar tu vida así
Morir solo por mi
Aún cuando ya no hay amor
Te llevarás mi corazón en este adiós!!
Oh, Lujuria!
Se cuenta de un monje q ya seguro murio
De su fe y su fuerza todos podian afirmar
Pero habia una prueba q queria vencer
Queria dominar la tentacion por la mujer
Pidio a las mas hermosas q tentaran su lujuria
Danzaron ante el los bailes mas afrodiciacos
Pero ni si quiera sintio curiosidad
Una bella tarde de verano
Caminando a favor del viento
A ella vio y su belleza neutralizó su marcha
Alli estaba bañada por el suave sol de atardecer
El cabello negro largo cubria su pecho
Su cuerpo perfecto y virginal
Sus ojos verdes como la perdición
Le miraban inocentes y pícaros
Conversando Con San Pedro
Santiago Otamendi Saldivia no conoció en su larga y peregrina vida otra actividad más importante que el salir a vender ropas al interior del país. Solo pasaba por su casa por tres motivos: reponerse un poco de las agotadoras giras al interior, preparar una nueva ronda de negocios y también, consolar a Rosa María, su mujer casi siempre sola y aburrida. Compraba ropas que conseguía a buen precio en algunas fábricas del Cerro por defectos en la elaboración o que estaban en depósito porque la confección no encontraba salida alguna en el mercado. El se las ingeniaba bien para disimular sus defectos y transformar con palabras lo que era una mercadería «invendible» en una prenda » extraordinaria e imprescindible». Siendo apenas un muchacho ya recorría de la mano de su padre pueblos, villas y ciudades del interior, llevando siempre abultadas valijas en que transportaban las muestras de los artículos que pretendían vender. Aprendió así, rápidamente, el arte de sonreír con frecuencia, aunque tuviese ganas de llorar, de disimular angustias y dolores, a llamar siempre por sus nombres de pila a los clientes…. Mientras viajaban el padre para entretenerlo le hacía jugar a recordar nombres… Nombres de ciudades y pueblos… Nombres de calles, avenidas y comercios… Nombres de clientes… Durante un mes andaban en el litoral, sobre el Uruguay, al mes siguiente los puntos distantes de Artigas y Rivera… Santiago Otamendi llevaba una vida muy dura, con muchas horas sobre el tren o los ómnibus de transporte público. Durmiendo en pensiones las más de las veces. Teniendo pocos y fugaces encuentros amorosos, en ocasiones muy especiales visitando algunos prostíbulos de los que salía con un dejo de profunda tristeza… De cualquier manera, las largas charlas con estas mujeres, a las que siempre dejaba alguna prenda, le servían para conocer algunas realidades del pueblo o ciudad. Principalmente las noticias que eran el tema del momento en los corrillos públicos. Tenía así ciertas referencias de los acontecimientos publerinos y de como se venían desarrollando la actividades en las tiendas y boutiques . A las enseñanzas paternas, muy valiosas todas, por cierto y en particular, las referidas a los manejos de los créditos, Don Santiago Otamendi, a sus casi setenta años, le había agregado dos nuevas habilidades que facilitaban sus relaciones comerciales. Llevaba siempre, en el interior de su infaltable saco azul marino con botones dorados, una libretita más negra que blanca y con algunos manchones de grasa, en donde acostumbraba a garabatear algunos datos anecdóticos que recogía en los lugares que visitaba. Allí estaban: un nuevo nacimiento, la enfermedad de un cliente o familiar del mismo, un casamiento reciente, una pelea conyugal… Las disputas de una herencia… Estos datos los transformaba luego en provechosos recursos para reiniciar tertulias interesantes y entretenidas de nuevas rondas de negocios, a veces mucho tiempo después. También desarrolló, casi sin darse cuenta, una habilidad largamente aplaudida por los demás, de narrador de cuentos. Es más, en muchos lugares se trataba siempre de organizar las actividades de tal manera de poder escuchar alguna de sus muy entretenidas narraciones, las más de las veces muy graciosas. Eran otros tiempos … otros momentos…Los relojes marchaban mucho más despacio … La televisión ni tampoco la computadora nos robaban nuestro tiempo porque, sencillamente, no existían… Una vida con el otro…
Sabina…
__ Allá viene Sabina… Ella no comprará comida pero el vinito nunca le falta. ¡ Pobre vieja!.
— ¡ Pero es que tú no la viste el otro día!…. ¡Qué asco!. ¡Qué asco de mujer Dios mío!. Sabes María que , creo que fue el jueves, la Carmela vino a pedirme que la ayudara. Vino corriendo la pobre, con el delantal en la mano y gritando como una descosida… Yo me asusté mucho, claro… ¡Cómo no me iba a asustar con tanto grito!. Viste, que cuando te vienen así, de golpe, con tanto alboroto, una siempre piensa lo peor. Dije yo, se habrá muerto el Ruperto que hace tiempo anda jodido el pobre del corazón… Pero no, no era eso. Era pa que la acompañara a la casa de la vieja Sabina…. ¿Y sabes pa qué?. Pa que la ayudara a levantarla del suelo porque con la mamua se había caído en la mita el patio… Creo que andaba por descolgar unos calzones de la cuerda… ¡Y claro!… La cuerda alta y las piernas flojas… ¡cataplún!…¡Vieja al suelo!.
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