Es el año 1946, en la localidad de la cruz, se habían venido presentando las desapariciones de varias mujeres jóvenes, la policía había fracasado en todos sus esfuerzos de atrapar al responsable, pero no descartaron la gran y segura posibilidad, de que se tratará de un asesino en serie, con alguna manía, o fuerte resentimiento hacia las mujeres, pero generarían todo tipo de estrategias con el fin de atrapar al criminal, y de encontrar a las jóvenes.
El jardín de Amelia, cada mañana lucía hermoso, al pasar por allí, se podía ver como brillaba, como relucían con gran destello sus rosas, margaritas, jazmines y narcisos, era un espectáculo impresionante y muy llamativo para los habitantes del pequeño pueblito, que hasta lo bautizaron.
«El Paraíso De Amelia».
Como era costumbre, esta hermosa chica salía del interior de su casa, a regar su hermoso jardín, mientras hablaba con cada una de sus preciosas amigas, esta singular chica, siempre tenía una historia que contarle a sus plantíos, sonreía, y se quedaba allí por horas, en ese luminoso lugar.
Amelia, hace poco que vivía sola, sus padres le regalaron esa acogedora casita, por motivo de su graduación como médica, profesión en la cual se dedicaría en su estancia en este lugar.
La Cruz, como se llama el pueblito presentaba altos índices de violencia, violencia de muchos tipos: intrafamiliar, abuso de menores, maltrato infantil, y homicidio, entre otros factores, que tienen preocupados a la población de este remoto sitio, y más ahora, con lo que se venía presentando con las extrañas desapariciones de las chicas.
Amelia, era la mejor doctora que tenía el hospital San Rafael, era una mujer que sentía como propio el dolor de cada uno de sus pacientes, era muy feliz cuando salvaba vidas, pero sufría cuando no podía, decía, que no había lo suficiente y pedía que la perdonarán en medio del llanto.
Una noche llegó un paciente, un joven de veinticinco años, el cual presentaba múltiples heridas con arma blanca, producto de una pelea callejera, Amelia y su equipo de médicos, hacían todo lo posible por salvarlo , pero eran tan graves sus heridas, que todos temían lo peor, pero lo singular del caso, era que desde que apareció ella, éste joven no despegaba sus brillantes ojos de los de Amelia, y ella tampoco.
-¡Resiste!, ¡Resiste!, le gritaba Amelia, desesperada por salvarlo.
-¿Si sobrevivo, podré volver a mirar tus ojos?, – preguntó el herido, medio muerto
– ¡Claro, los mirarás de nuevo cuando te pongas bien!, pero no hables, ¡no hables más!
Y evidentemente no habló más, cerró sus ojos, y se sumergió en un profundo trance, pero sorprendentemente se pudo detener la hemorragia, producto de sus heridas, por fortuna, estas no habían involucrado, ningún órgano vital, sólo se estaba desangrando, el pobre tipo estuvo casi dos semanas allí hospitalizado, por motivo de su recuperación.
Una mañana como por cosa del destino volvió a ver aquellos ojos, los ojos que le salvaron de una muerte segura.
-¿Doctora?, – preguntó el joven al alcanzar a divisar a Amelia.
– Sí, soy yo. ¿Cómo te sientes?
– ¡Maravillosamente!, volví a ver sus ojos una vez más, -emocionado exclamó.
– Thomás, ¿Ese es tu nombre cierto?, lo vi en tus documentos aquella noche.
-Sí, ese es Doctora Amelia.
– Me imagino qué le preguntaste a alguno de mis compañeros mi nombre, ¿no Thomás? – sonriendo preguntó Amelia.
– Exacto, debía saber el nombre de la mujer que salvó mi vida, y además de la mujer que llevaba esa brillante mirada que me mantuvo tranquilo.
– Pues cumplí mi promesa, eso me alegra mucho Thomás, y también que estés mejor, ¡ahh!, y espero no vuelvas a pelear por ahí jovencito, bueno, debo irme Thomás, hay muchos paciente que me necesitan en este momento y debo estar al pendiente.
– ¿Volveré a ver tus ojos Amelia? – preguntó entusiasmado Thomás.
– Los verás en «El Paraíso» – dijo esto, y se marchó.
La mañana siguiente, Amelia les contó a sus coloridas amigas de su jardín, las historias de el hospital, de las vidas que había salvado, y que le ponían muy contenta, cada mañana su Jardín brillaba mucho más, estaba más lleno de vida, llena de color, lleno de amor.
En ese instante las personas pasaban por su jardín, y la veían allí, hablando con plantas y regándolas de una manera singular, con una cubeta, aún teniendo la casa un sistema de riego automático.
Debe estar loca, decían algunos, o así debe ser que le gusta regarlas.
Evidentemente, ella sentía que de esa manera se conectaba más con su jardín, con su paraíso.
Las extrañas desapariciones de mujeres seguían aumentando, ya eran doce jóvenes de las cuáles no se sabía de su paradero, no se sabía absolutamente nada, todos en la Cruz tenían miedo, las mujeres con esas características sentían temor al salir a la calle, para ir al trabajo y al colegio, era un feminicidio atroz que no paraba.
Las investigaciones de la policía arrojaron un resultado realmente importante, cinco de las chicas habían estado saliendo con el mismo hombre antes de su desaparición según información brindada por las familias de aquellas mujeres, por lo cual, sería probablemente éste, el responsable de los crímenes, pero no sabían de su paradero, ni menos y más importante de su identidad.
Una de tantas mañanas, había un joven preguntando sobre «El paraíso»,
Una señora le contestó que lo único llamado aquí en el pueblo, era un gran jardín, y que estaba cerca de allí, a una cuantas calles, evidentemente era Thomás, que prefirió pensar en que era una clase de pista, o de algún de sitio para poder encontrarse con Amelia, y sí había llegado a su destino, se encontró con «El Paraíso» en realidad, y éste sólo puede decir ¡Increíble!, en medio de de tanto color y aroma, se encontraría a Amela, ésta serena, sólo le dice:
-Sabía que vendrías Thomás, bienvenido al paraíso.
– Es increíble, es un jardín realmente hermoso – respondió Thomás.
– Sí, es un gran tesoro, y todas ellas son mis amigas, ¿No te gustaría oler las rosas Thomás? – preguntó Amelia.
– Sería maravilloso, y procedió a oler las rosas.
– ¿Sientes sus aromas? – preguntaba serena ella.
– Sí, pero son todos diferentes.
– Exacto, cada rosa es diferente, huelen diferente y sienten diferente, pero son igual de hermosas todas y cada una, las hay rojas, blancas, y hasta negras, lo cual se me hace fascinante.
Thomás escuchaba atento cada palabra de Amelia, era una cátedra de rosas.
-¿Sabes cómo se debe cuidar una rosa Thomás?
– Supongo que regandolas cada día ¿no? – respondió algo incómodo
– Casi, eso es muy importante, pero también debes contarles historias cada día, escucharlas, y sentirlas, son vanidosas, cada una de ellas, y también absolutamente orgullosas, ¿Ves sus espinas?, son su mecanismo de defensa, ante la crueldad de su mundo.
Se la pasaron un buen rato hablando del jardín, llegó el momento del riego de cada día, Thomás le pregunta qué tipo de agua y fertilizantes usaba para mantener así de hermoso este singular sitio, ella le responde:
-¡El mejor de todo el mundo!
Este par de amantes de lo maravilloso, de colores, olores y de las rosas, se enamorarían, Amelia estaba realmente feliz, cada día dependiendo de su turno en el hospital, se reunían a acondicionar y embellecer el Jardín, a leer poesía y cantar algunas canciones como “La Vie En Rose” de Edith Piaf, la cual era la favorita de ella, y cuya letra decía algo así:
“Ojos que hacen bajar los nuestros
Una risa que se pierde sobre su boca
He aquí el retrato sin retoque
Del hombre a quien pertenezco
Cuando me toma en sus brazos,
Me habla todo bajo
Veo la vida en rosa,
Me dice palabras de amor
Palabras diarias,
Y eso me hace algo
Entró en mi corazón,
Una parte de felicidad
Que conozco la causa,
Es él para mi,
Mí para él en la vida
Me lo dijo, lo juró
Por la vida.
Y en cuanto lo perciba
Entonces siento en mi
Mi corazón que late”
Vivían un maravilloso cuento de amor mágico, Amelia era feliz, muy feliz, pero…
Stephany, una hermosa chica de veinte años se prepara para salir de baile con su nuevo novio, ella es una joven de hogar, estudiosa, muy buena hija y sobretodo muy bella, hace unas semanas había conocido a éste joven en un parque del pueblo, fue amor a primera vista, él se presentó con sus padres, y pidió su consentimiento en su renaciente relación, ellos aceptaron, ya que veían en él, un buen hombre para ella.
Esa noche pasó lo que nadie esperaba, o mejor dicho, lo que los padres de Estefany, no esperaban, había desaparecido, nunca llegó ella y tampoco su novio, era la oportunidad que tanto estaba esperando el cuerpo de policía, conocer la identidad del sujeto sospechoso de las desapariciones.
Entonces se dio el interrogatorio, tomaron declaraciones importantes del sujeto y hasta un retrato hablado, el cual había quedando idéntico según el padre de Stephany, sus días estaban contados, dijo el jefe encargado de la investigación.
Con el paso del tiempo Amelia comenzó a descuidar su jardín, producto de su estado de máximo enamoramiento, sumado con los turnos en el hospital, este comenzó a secarse, perdiendo su gran destello y vitalidad que emanaba cada día, era como si algo le faltara, más allá de la atención de Amelia.
Como les contaba, “El Paraíso” poco a poco perdía su brillo, su encanto, estaba muriendo todo reflejo de color y vitalidad de tan mágico lugar, Amelia ya no lo regaba, ya no les hablaba, ni sentía la esencia de sus plantíos, llegó el amor a su vida solitaria, un amor que seguro le haría muy feliz.
Una noche, había llegado al pueblo Casandra, una joven cantante contratada para trabajar y deleitar a los clientes del bar de esta población, como para distraer un poco a los habitantes de toda la tragedia que estaban viviendo, de esos tiempos oscuros y desolados.
Un joven se encuentra en el público, e inmediatamente al ver a Cassandra, no puede dejar de observarle, con una total pasión y encanto, le atrajo tanto, que no dudaría en hacerla suya, al bajar de su presentación aquél joven, se le presenta sin vergüenza alguna, el la invita a un trago y charlar en las afueras del establecimiento, pasan un buen rato allí charlando, uno, dos, tres tragos, la noche comienza a ponerse fría, llegan abrazos inesperados, que concluyen con un beso apasionado, el joven había cumplido su objetivo, Cassandra no se le escaparía de sus brazos, y mucho menos de sus pasionales ambiciones.
Y sucedió de nuevo, ya cuando se creía la calma, volvieron a desaparecer jóvenes, esta vez con mucha más frecuencia, con mucha más crueldad.
Poco tiempo Amelia renunció al hospital, le parecía que estaba pasando gran parte de su vida allí y había descuidado mucho su hermoso Jardín, que era ya hora de retomar su vida, de devolver la de su paraíso.
Una noche, se encontraban Amelia y Thomás celebrando su felicidad, destaparon varias botellas de vino, bailaban y reían en su recinto de amor, hasta que llegó el punto de acabarse las botellas, Thomás le pregunta a Amelia qué si aún quedaba más vino, ella le responde que en el sótano habían un par de botellas, que fuera por ellas, pero que no se tardará, para seguir celebrando de esta acogedora noche.
Thomás llega al sótano por el par de botellas, de repente, por la oscuridad del sitio, tropieza con la cubeta de riego de Amelia, al encender la luz encuentra su cometido, el vino, pero algo le llama atención, una pequeña puerta al fondo del cuarto, de la cual salía un aire congelado, cuando se proponía a abrir la puerta, escucha la voz de Amelia detrás de él diciéndole:
-Te dije que no te tardaras.
Thomás, sorprendo por el susto, sólo procede a responder:
-Lo siento, me topé con la cubeta y casi caigo, pero ya tengo las botellas, podemos seguir con nuestra celebración.
Entonces Amelia le preguntó:
-¿Sabes por qué las rosas tienen espinas Thomás?
Thomás, anonadado ante tal pregunta fuera de momento, sólo acertó respondiendo:
-¿Para defenderse de lo cruel del mundo?
– ¡Exacto! – exclamó ella mirándolo fijamente
– ¿Qué hay detrás de esa puerta? – ansioso preguntó Thomás.
– Es el cuarto de la belleza, del amor, de las esencias y sobretodo, de la juventud.
– No te entiendo Amelia, ¿Qué me quieres decir? – Thomás se encontraba desesperado, la atmósfera había cambiado de alegría a una intriga y zozobra incómoda
– ¿Sabes por qué mueren las flores Thomás?
– Todos los seres vivos mueren Amelia sin excepción, es lo natural.
– Pero no las rosas, – responde Amelia, ellas son inmortales Thomás, ¡Inmortales!
– No entiendo nada de lo que quieres decirme, no me has respondido ¿Qué hay en ese cuarto?
– ¿Quieres Averiguarlo?, es mi laboratorio, aquel que le da la vida a mi hermoso jardín.
– ¡Claro!, me encantaría conocerlo. – dice emocionado Thomás.
Entonces, Amelia Procede a abrir la puerta del pequeño cuarto congelado y le dice sonriendo a Thomás, ahí lo tienes, éste ingresa al pequeño cuarto delante de Amelia, enciende la luz, para perderse en la vista, mientras Amelia desde atrás le dice las siguiente palabras:
-¡Bienvenido al Paraíso de Amelia!, dándole directamente en la cabeza con un martillo, matándolo de inmediato.
Horas más tarde llegaría a la casa de Amelia, el cuerpo de policía, y entre ellos, Cassandra, la detective profesional, en busca del joven sospechoso de las desapariciones de todas esas mujeres, ingresaron por la fuerza a la casa, en búsqueda del Joven, allanaron todo, pero no había nadie, sólo botellas vacías de vino, y la chimenea encendida, uno de los oficiales bajó al único lugar sin revisar, el sótano, y allí se encontrarían con la pequeña puerta, de donde salía el aire helado, al abrirla, se encuentran con lo inesperado, varios cuerpos de mujeres jóvenes desnudas, colgadas de ganchos, sin piel en gran parte de sus cuerpos, y al fondo del pequeño cuartito, de hielo, estaba el hombre que tanto buscaban, el sospechoso, allí estaba Thomás, congelado, aún con sus ojos bien abiertos, como acostumbraba con las demás mujeres, llevaba algo escrito con labial rojo en su blanca camisa:
¡Las rosas, no nacen para ser lastimadas, que no se te olvide, que tienen espinas, espinas para defenderse de la crueldad del mundo!
Al pasar los días, el gran y hermoso Jardín se secó, para ya no volver jamás, nunca se volvió a regar con la mejor agua y fertilizante que existió en La Cruz, ese que le mantenía vivo.
¡El mejor del mundo!
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