Archivo de la categoría: Cuentos

El Vil Minotauro

La fría brisa de la mañana que avanza viajaba por los verdes campos y hacía danzar a los árboles de una manera pacífica. La pureza del frío aire de campo inundaba los cuerpos de los campesinos que comenzaban las labores diarias y obligaba a los jóvenes a quedarse entre sus fincas al lado del cálido fuego de la hoguera.

Para mal de aquel otro que yacía encerrado algunos metros abajo de la tierra, no sentía la pureza del exterior y se aburría acurrucado entre una precaria cama de pajas. Su única diversión era pensar en su terrible pasado y lamentar el futuro que no prometía ser mejor.

Alzó la cabeza y dio un profundo respiro, sintió el común aroma de la comida que estaba por llegar, se incorporó lentamente y las gruesas cadenas a las que estaba aprisionado emitieron un metálico ruido.

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Conversando Con San Pedro

o_San Pedro Puertas del Cielo

Santiago Otamendi Saldivia no conoció en su  larga y peregrina vida otra actividad más importante que el salir a vender ropas al interior del país. Solo pasaba por su casa por tres  motivos: reponerse un poco de las agotadoras giras al interior, preparar una nueva ronda de negocios y también,  consolar a Rosa María, su mujer casi siempre sola y aburrida. Compraba ropas que conseguía a buen precio en algunas fábricas del Cerro por defectos en la elaboración o que estaban en depósito porque la confección no encontraba salida alguna en el mercado. El se las ingeniaba bien  para disimular sus defectos y transformar con palabras lo que era una mercadería «invendible» en una prenda » extraordinaria e imprescindible». Siendo apenas un muchacho ya recorría de la mano de su padre pueblos, villas y ciudades del interior, llevando siempre abultadas valijas en que transportaban las muestras de los artículos que pretendían vender. Aprendió así, rápidamente, el arte de sonreír con frecuencia, aunque tuviese ganas de llorar,  de disimular angustias y dolores, a llamar siempre por sus nombres de pila a los clientes…. Mientras viajaban el padre para entretenerlo le hacía jugar a recordar nombres… Nombres de ciudades y pueblos… Nombres de calles, avenidas y comercios… Nombres de clientes… Durante un mes andaban en el litoral, sobre el Uruguay,  al mes siguiente  los puntos distantes de Artigas y Rivera… Santiago Otamendi llevaba una vida muy dura, con muchas horas sobre el tren o los ómnibus de transporte público. Durmiendo en pensiones las más de las veces. Teniendo  pocos y fugaces encuentros amorosos,  en ocasiones muy especiales visitando algunos prostíbulos de los que salía con un dejo de profunda tristeza… De cualquier manera, las largas charlas con estas mujeres, a las que siempre dejaba alguna prenda, le servían para conocer algunas realidades del pueblo o ciudad. Principalmente las noticias que eran el tema del momento en los corrillos públicos.  Tenía así ciertas referencias de los acontecimientos publerinos y de  como se venían desarrollando la actividades  en las tiendas y boutiques .  A las enseñanzas paternas, muy valiosas todas, por cierto  y en particular, las referidas a los manejos de los créditos, Don Santiago Otamendi, a sus casi setenta años, le había agregado dos nuevas habilidades que facilitaban sus relaciones comerciales. Llevaba siempre, en el interior de su infaltable saco azul marino con botones dorados, una libretita más negra que blanca y con algunos manchones de grasa,  en donde acostumbraba a garabatear algunos datos anecdóticos que recogía en los lugares que visitaba. Allí estaban: un nuevo nacimiento, la enfermedad de un cliente o  familiar del mismo, un  casamiento reciente, una pelea conyugal… Las disputas de una herencia… Estos datos los transformaba luego en provechosos recursos para reiniciar tertulias interesantes y entretenidas de nuevas rondas de negocios, a veces mucho tiempo después. También desarrolló, casi sin darse cuenta,  una habilidad largamente aplaudida por los demás, de narrador de cuentos. Es más, en muchos lugares se trataba siempre de organizar las actividades de tal manera de poder escuchar alguna de sus muy entretenidas narraciones, las más de las veces muy graciosas. Eran otros tiempos … otros momentos…Los relojes marchaban mucho más despacio … La televisión ni tampoco la computadora nos robaban nuestro tiempo porque, sencillamente, no existían… Una vida con el otro…

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Sabina…

Sabina

__  Allá viene Sabina… Ella no comprará comida pero el vinito nunca le falta. ¡ Pobre vieja!.

—  ¡ Pero es que tú no la viste el otro día!…. ¡Qué asco!. ¡Qué asco de mujer Dios mío!. Sabes María que , creo que fue el jueves, la Carmela vino a pedirme que la ayudara. Vino corriendo la pobre, con el delantal en la mano y gritando como una descosida…  Yo me asusté mucho, claro… ¡Cómo no me iba a asustar con tanto grito!. Viste, que cuando te vienen así, de golpe, con tanto alboroto, una siempre piensa lo peor. Dije yo, se habrá muerto el Ruperto  que hace tiempo anda jodido el pobre del corazón… Pero no, no era eso. Era pa que la acompañara a la casa de la vieja Sabina….   ¿Y sabes pa qué?. Pa que la ayudara a levantarla del suelo porque con la mamua se había caído en la mita el patio… Creo que andaba por descolgar unos calzones de la cuerda… ¡Y claro!… La cuerda alta y las piernas flojas… ¡cataplún!…¡Vieja al suelo!.

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Gripe Porcina

cerdos

— Yo le dije a mi mujer… andá laescuela y hablale a la  maestra esa y decile nomás, que Dominguita tiene que dir a la escuela si o si. Que si no, vamos a dir a la Inspesión a quejarnos como corresponde,..¡ Qué carajo!.  La niña está un poco refriada nada más… ¡Si ni fiebre hace la pobre!… Y  no tiene guenas notas y ahora…. ¡Claro!. Se les antoja que no puede dir hasta que se pase la peste esa….¿Pero que se habrán creido esas hijas de puta? . A ver tú, Ciriaco, tú, que dices que terminaste hasta el Liceo…¿Puede creerse realmente que por una gripe se risuelva suspender las clases?. Pa colmo la televisión… tú la prendes y están dale que dale con la gripe porcina….¡ Brase visto!…. Acá yo no ha visto gente que sesté muriendo de gripe ni de nada…

Acodado en el mostrador del único boliche del barrio está Carmelo con su copita de grappa para combatir el frío. Vino con el propósito de llevar unos porotos para el guiso y de paso tomarse una. Está realmente molesto. Necesita descargar toda esas furia que le da la incomprensión  de un mundo que se vuelve contra él . Habla a los gritos como si Ciriaco estuviese en la trastienda . Pero no, Ciriaco está allí, bien cerca, detrás del mostrador de madera centenaria y empercudida por incontables capas de restos de alimentos mal higienizados, y por delante de una estantería abarrotada de productos que él, solamente él,  encuentra a solicitud del vecino, con una vaquía sorprendente. Un cuadro de Gardel que apenas se adivina tras una cortina de cagadas de moscas y un almanaque  son los únicos adornos de la pared de entrada. El casín que hace tiempo está en desuso sirve para contener media docena de botellas de vinos diversos y de pésima calidad.

— Te via decir que pa colmo e males la gurisa trajo como deber, ¡magínate tú!, trajo como deber, como te dicía, «hablar con los padres sobre la importancia e la higiene»… Ja, Ja, Ja… Es para reirse che, es para reirse… ¿Higiene?. Ja, Ja, Ja… Porque ahora las maestras no mandan como antes a hacer una copia de tres o cuatro hojas o hacer una docena e cuentas, divisione de tres cifra…¡a no!…. Ahora mandan a hablar con los padres… Como si no supiese hablar digo yo… como si no supiesen….

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El Huerto

“El huerto…”

El camino que va desde la casa al huerto es una senda, estrecha y misteriosa, sombreada por grandes avellanos y tilos. A los dos lados, parras, grosellas, frambuesas y moras y algunas higueras y frutales hacen pared y juntan sus copas, dándole el aspecto de un túnel, fuera del espacio y del tiempo…

Es una hermosa mezcla de sensaciones… El olor de la “hierba luisa” que crece bajo las sabinas…, el sonido mate de las pisadas en la tierra, el roce de los zapatos y las bocas del pantalón con los tomillos y los romeros en flor…; y la luz… millares de rayos de sol que, en las primeras horas del día, hacen brillar las gotas de rocío como si de añicos de cristal se tratara…

Tengo, lo reconozco, una gran debilidad por el campo y la naturaleza…El mar, los espacios abiertos, el cielo…Mi entusiasmo por esta forma de vida contagió a mi mujer y hace casi treinta años que decidimos venir a vivir, con nuestras dos hijas, a una parcela, cerca de la ciudad.

Desde entonces hemos dedicado, los dos, muchas horas y esfuerzo a organizar nuestro trocito de cielo en la tierra…y también nos hemos divertido planificando y trabajando… carretillas de tierra para arriba y para abajo…Aprendiendo a hacer “masa” trayendo y llevando piedras para hacer los caminos…extendiendo “chinarro” con los rastrillos…

Me gusta, cada noche antes de acostarme, dar una vuelta por “los mojones” y disfrutar del silencio y de las sombras y contemplar en la oscuridad las siluetas de los árboles, el cielo estrellado…, y escuchar los mil sonidos del lenguaje de la noche.… Basta con sentarse en el tocón de un pino de los que hubo junto a la casa y que hace un tiempo cortamos porque en los días de viento peligraba la vivienda; encender un cigarrillo y aguzar el oído…El canto del ruiseñor en un ciprés junto a la fuente donde, año tras año cría…, el silbido de un mochuelo que desde lo alto de un poste de la luz llama a su pareja…, la “musiquita” del aire en la juma de los pinos; el aleteo casi imperceptible del búho chico y de las lechuzas que salen de caza y …

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