Era aquella tarde, en la que Vea me contaba, poco a poco, él como terminaba aquella historia que casi todos los días por las tardes, ella me lo contaba ó me la leía. Éramos muy buenos amigos, que a pesar de que ella fuera mayor que yo por meses; yo la veía con otros ojos, unos ojos de deseo, si, ella me gustaba mucho, desde los tres últimos años que la conocía, nunca me atreví a decirle nada, nunca le dije que ella me gustaba, nunca me le declaré, y creo que nunca lo haré. Y así, observando el atardecer que aun se veía desde aquel minúsculo andén, en la que nos sentábamos a leer, ó a contarnos cosas de la vida. Vea era muy hermosa desde el punto en la que yo la veía. Aun con mis 15 años de edad, Vea era la única amiga a la que yo le podía contar algo, lamentablemente no podía decirle nada sobre mis sentimientos, y que yo estaba enamorado de ella.
Al terminar la tarde, al desvanecerse el sol sobre aquel brillante horizonte, caminamos sobre la acera cubierta de césped, sobre aquellos montículos de forraje, que día a día se formaban gracias a las tempestades de lluvia.
Embrollando su brazo con el mío, caminamos paso a paso, como dos gotas de lluvia que se alejan de la corriente, que se alejan de la soledad, del inconformismo, y sobre todo del sufrimiento.
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