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El Que Silba

Laurelin corría despavorida por el bosque, llevaba las ropas rasgadas y manchadas con sangre, su cabello negro despeinado se agitaba al viento mientras intentaba correr más rápido levantando el vestido que le estorbaba en su huida, escuchaba detrás de ella los sonidos cada vez más cercanos de su perseguidor y su miedo se incrementaba a cada paso que daba.

Rápidamente atravesó un claro del bosque iluminado con el brillo de la luna y por encima de las copas vislumbró las almenas de un castillo, sintió por un instante un poco de esperanza, solo hacían falta unos cuantos metros más para estar a salvo, detrás de ella se escuchó un silbido lento y constante que le heló la sangre de pies a cabeza, estaba cada vez más cerca y sería demasiado tarde para ella si no apuraba el paso, intentó una vez más correr con todas sus fuerzas y volvió a internarse en el último tramo del bosque que debía recorrer.

Los matorrales se cerraban cada vez más y le dificultaba pasar, aquel silbido seguía detrás de ella cada vez más nítido, se escuchaba cómo algo se acercaba rápidamente ganando terreno con respecto a ella, Laurelin entró en desesperación e intentó brincar unas raíces de un árbol que estaban torcidas pero cayó de bruces y se golpeó la nariz, la sangre que emanaba se escurría por su cara y manchaba su ropaje ya de por sí sucio y desgarrado, el lazo de una sandalia se rompió y esta salió de su pie quedando atorada en la raíz, el silbido era cada vez más fuerte así que se levantó como pudo y echó a correr, las lágrimas que caían por sus mejillas se mezclaban con la sangre que salía de su nariz, lloraba incesantemente pero no se detenía el miedo le evitaba detenerse.

Paso unos arbustos más y ahí estaban, negras y llenas de musgo las escaleras de piedra que tanto anhelaba ver, corrió aún más pero la falda se atoró con su pie descalzo y laurelin cayó al pie de la escalera con la ropa hecha harapos y con la cara llena de sangre, intentó levantarse pero notó una punzada en la rodilla que la hizo caer nuevamente, se había golpeado con una piedra al caer y no podía caminar, la desesperación la invadió, tenía que llegar a como de lugar así que se arrastró como pudo e intentó llegar a la escalera, en ese instante por entre los arboles salió ante ella su perseguidor, Laurelin volteó y lo vio a la cara y una mueca de terror inundó su rostro.

Ahí delante se encontraba una mujer delgada de gran belleza y cabellos oscuros hasta la cintura, con los ojos grandes y de un color azul que brillaba con la luz de la luna, Laurelin se estaba viendo a si misma parada frente a ella, como si estuviera contemplando su rostro en un espejo, su doble se acercó a ella despacio mientras Laurelin se arrastraba hacia las escaleras, trató como pudo alejarse pero la mujer se acercó y la tomó por los pies, instintivamente Laurelin se volteó de inmediato y quedó cara a cara con su doble a una distancia muy corta.

-Ahora morirás-dijo la mujer y besó a Laurelin en los labios, el grito desgarrador se perdió en la lejanía y la lluvia como esperando aquella señal, comenzó a caer.

Un hombre estaba bebiendo en el comedor del castillo después de haber devorado grandes piezas de un exquisito lechón, en los ventanales adornados con vitrales en alusión a la realeza se podía ver la tormenta que arreciaba en la oscuridad, y uno que otro relámpago ocasional destellaban en ellos iluminando el gran comedor, un hombrecillo bajo y calvo entró con una jarra de plata y se acercó a la mesa rebosante de manjares, dejó la jarra llena al lado del señor y mientras tomaba la vacía le susurró algo al oído

-¡¡Que pase!!- gritó el hombre que se escuchaba un tanto ebrio al hablar, el hombrecillo calvo se apresuro a la entrada del comedor y dio una señal para que alguien se adentrara en él, un hombre robusto de cabello largo y barba pronunciada se acercó al comedor, iba cubierto con una gruesa capa empapada por la incesante lluvia, al llegar a la orilla de la mesa hizo una inclinación reverencial que el señor del castillo contestó con un ligero ademan de su mano

-Señor del Norte, agradezco su amabilidad-dijo el extraño-Mi nombre es Davilo y vengo del Reino del Este, he entrado a sus tierras sin su permiso y me disculpo por ello-dio una inclinación- Pero el motivo de mi intromisión es la búsqueda de la hija de mi señor quien desapareció hace más de una semana, el rastro que he seguido me trajo hasta las puertas de su castillo y quisiera…-dijo el hombre e hizo una pausa como pensando mejor que decir -Le suplico que me indique si la ha visto o la ayudó con su infinita bondad a resguardarse de la tempestad en su hermoso castillo.

Sacó de su capa una sandalia rota con adornos de brillantes en las correas y se la mostró al Señor del Norte que escuchaba con atención.

-Esta sandalia pertenece a ella y apareció a unos metros de su entrada.

El señor del castillo miró fijamente a Davilo y no emitió ni una sola palabra, llenó su copa de vino y dio un trago tan largo que la vacío en un instante, secó sus barbas con el brazo y se levantó sin dejar de mirar a Davilo atentamente, caminó alrededor de la mesa y se posó frente a él recargado en el borde cruzando los brazos, Davilo no sabía que pensar ante la extraña situación que se le presentaba, se sentía un tanto incómodo pero comprendía que quizá el hombre había bebido demasiado y no esperaba una visita tan tarde, abrió la boca para decir algo pero el Señor del Norte hizo un gesto con el dedo para que se callara y lo invitó a sentarse en una de las sillas que estaban a su lado, Davilo aceptó y mientras se quitaba la capa para no mojar la fina seda de las sillas, un relámpago iluminó un vitral del comedor.

El señor del Norte acercó la jarra con el vino y llenó otra copa que acercó a Davilo, éste titubeó pero por fin agarró la copa y dio un sorbo al vino que al mismo tiempo que refrescarlo le llenó de un calor necesitado después de la espesa lluvia en la que había estado.

-No hay manera sencilla de decir esto, querido amigo Davilo- dijo por fin el Señor del Norte- ya que vienes de tan lejos buscando a tu señora, quizás, y no creo equivocarme por los detalles de tu ropaje que no eres cualquier lacayo del gran Señor del Este, y me atrevería a pensar que eres aún mas importante de lo que me imagino, así que en honor a tu prestigio seré directo, la chica que buscas es muy probable que este muerta- dijo el señor del castillo.

Davilo abrió los ojos de par en par y se apresuró a levantarse pero el Señor del Norte lo detuvo por el hombro y éste volvió a sentarse, el señor le insitó a beber un poco más y Davilo lo aceptó, sentía una desesperación que crecía pero sabía que aún había más qué escuchar de aquel hombre viejo y ebrio que lo miraba sin parpadear.

El señor del Norte dio una serie de aplausos y por la puerta del gran comedor asomó la rechoncha silueta del hombrecillo calvo

– Trae un poco de comida para nuestro invitado.

El hombrecillo salió de inmediato, Davilo se levantó nuevamente pero el señor del castillo lo volvió a sentar esta vez con mas fuerza, dejó de recargarse en la mesa y caminó al lado de la silla de Davilo

-No le hicimos daño a tu señora, nadie en mi castillo haría algo sin que yo se lo ordenara y puedes estar seguro en hace mas de un mes que no tenemos noticias de nadie.

El hombre regresó a su silla y llenó la copa nuevamente ante los ojos impacientes de Davilo, meditó un poco y por fin dijo

-Disculpe usted Gran Señor pero no logro entender, ¿usted sabe algo de la princesa? o simplemente está suponiendo que por las inclemencias del tiempo…

El hombre ebrio se levantó furioso e interrumpió

-¡¡No estoy suponiendo nada!!- dijo con voz firme y sin ningún dejo de ebriedad- Te estoy diciendo que la chiquilla tiene más posibilidades de estar muerta porque en estas tierras habita el que silba- dijo el señor y un estruendoso trueno retumbo en el comedor.

Davilo se sintió aturdido, por supuesto que sabia de quien hablaba el hombre, “el que silba“ era una leyenda infantil que les contaban sus padres para asustarlos, por supuesto aquella tontería no podía ser más que obra del alcohol, por un instante se relajó y pensó que aquella perorata sin sentido se debía al evidente estado de ebriedad de el Señor del Norte.

La puerta se abrió y entró el hombrecillo con trozos de carne, frutas dulces y una jarra de plata llena de vino que depositó junto a Davilo y una vez que esperó la señal de su amo, se dirigió nuevamente a la salida del comedor y nuevamente quedaron a solas, El Señor del Norte hizo un ademán para que Davilo comiera y él siguió bebiendo de su copa sin apartar los ojos dell invitado que tenía delante.

– Señor, es mejor que me vaya, la princesa puede necesitar mi ayuda y yo estoy aquí perdiendo el tiempo, no quiero que tome este gesto por desprecio de su hospitalidad pero preferiría marcharme cuanto antes-

El Señor del Norte bebió su copa y dijo- en tres días solo has comido bayas y aguamiel, es mejor que te alimentes bien para seguir tu camino, come y bebe lo que quieras y después podrás irte.

Davilo se sintió un poco desconcertado pero comprendió que tenía razón y comenzó a llenar su plato con prontitud y a devorar la carne que se presentaba frente a él, un silbido se oía en los vitrales y afuera la lluvia seguía su curso y no parecía tener interés de amainar. Por un momento ninguno de los dos dijo nada pero pasado un rato el Señor del Norte continuo.

-Veo en tu mirada que dudas de mi palabra, hombre del Este.

Davilo dio un sorbo a su copa y negó con la cabeza

-Señor si en algo lo he ofendido…

-No, no me ofendes- interrumpió el señor del norte- pero en verdad escucha mis palabras ¿Escuchas el silbido que azota el castillo?

– El viento..- dijo con cautela mientras asentía levemente.

el Señor del Norte se quedó serio y bebió más vino.

-No es el viento, es el que silba. Sus miradas se fijaron nuevamente y Davilo pensó que era el momento adecuado de irse, la demencia del Señor del Norte continuaba con su fantástica historia pensó que solo perdería el tiempo si seguía ahí escuchando las sandeces de un hombre ebrio.

Davilo limpió sus barbas, dio un trago más al vino que le quitó toda señal de frio que pudiera tener y se levanto del asiento

– Gracias por su hospitalidad señor, pero es mejor que siga mi camino.

–¿Por qué dudas de lo que te digo hombre del Este?- dijo el Señor del Norte.

Davilo se molestó un poco, se apartó de la mesa y le dijo al hombre que tenía enfrente

-Con todo respeto Señor, los cuentos infantiles son solo eso, cuentos infantiles, nadie cree en verdad en un ser que cambia de piel constantemente y anda por los bosques comiendo personas y metiendo sus huesos en un cofre de oro.

El señor del Norte siguió mirando impasible a Davilo, este se inclinó en una reverencia y se dirigió a la puerta, un viento gélido se adentró en el comedor y apagó todas las velas dejando solo la luz tenue de la chimenea que crepitaba a un lado de la mesa, Davilo sintió un escalofrió pero no se detuvo, cuando iba a dar una vuelta al picaporte de bronce escuchó la voz del Señor del Norte que había cambiado y sonaba un tanto familiar, notó un ligero silbido que se hacía cada vez más fuerte.

-¿Cuál es tu duda real Hombre del Este? ¿La existencia de aquel que silba o que él haya dado muerte a tu querida Laurelin?.

Davilo volteó de repente asustado, no recordaba haber pronunciado el nombre de la princesa y ahora que hacía memoria no recordaba haberle dicho al Señor del Norte que no había comido mas que bayas y aguamiel en los últimos días, un sudor frio lo recorrió y miró la silueta del hombre que seguía bebiendo frente a él pero ahora solo iluminada por un pequeño resplandor de la chimenea, Davilo no apreciaba las facciones del Señor del Norte pero por un momento tuvo la impresión de que su barba y cabello habían crecido considerablemente, no se movió pero evito saltar de la impresión cuando el hombre sentado en la mesa emitió una sonora carcajada

-Hace mucho tiempo que habito en estos bosques- dijo el Señor del Norte mientras se levantaba de su silla y servía otra copa de vino- no puedo salir de aquí por culpa de un hechizo que puso uno de los ancestros de aquel al que llamas Señor del Norte, pero al parecer ese mismo hechizo fue su maldición, ya que he encontrado en el linaje de esta familia mi alimento favorito y ¿Por qué no decirlo? Mi única fuente confiable para alimentarme- Terminó la copa y la dejó en la mesa- Quizás nunca pusiste atención a las historias que escuchabas de niño- Prosiguió mientras se acercaba a Davilo,- Pero si no me equivoco decían que nunca fueras al norte en época de lluvia porque es cuando aquél que silba se alimenta ¿No recuerdas que cada que suena un trueno es el grito ahogado de una de mis victimas?- dijo la silueta del hombre que se acercaba.

Davilo sintió terror y no supo si salir corriendo o enfrentarse al hombre que se acercaba, comenzó a sentir frio y el silbido se hacía cada vez más fuerte, sacó su espada torpemente pero se cayó de su mano temblorosa al ver aparecer al lado de la chimenea un cofre dorado que se abría lentamente y a un costado la inconfundible silueta del Hombre del Norte que yacía muerto. La silueta seguía riendo y cada vez se acercaba más hasta quedar frente a frente. Davilo sintió un terror en aumento, pero su cara se paralizo del miedo cuando el rostro del hombre que se encontraba frente a él se iluminó por causa de un relámpago y pudo ver las facciones idénticas a las de él como si estuviera viendo su rostro en un espejo, El que Silba sonrió burlonamente y pregunto:

-¿Soportaras esto o sufrirás como Laurelin?

Un trueno que precedía al relámpago anterior ahogo el grito desgarrador de Davilo que se perdió entre los silbidos de la tempestad.

 

 

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EL MILAGRO DEL PATIO

 

La casona de buena madera lucía  esbelta y señorial  en una esquina del patio donde se descargaba el café maduro de  amplios salones cielo raso bien confeccionado ahí vivían doña Carmen y don Manuel un matrimonio  que DIOS los había bendecido con  cuatro varones   los patrones le  prestaron la casa  mientras Don Manuel les trabajara en todo lo relacionado con el proceso del café .   Tenían  patos carracos  gallinas vacas y cabras  había mucho espacio para jugar, también estanques llenos de agua  que se usaban para el lavado del café.      Manolito  el hijo mayor le encantaba meterse en el estanque a correr  los patos y  carracos el agua se ponía sucia mucho barro había de ahí  pero   al niño le gustaba correr detrás  de los animales,  contaba con ocho años ya sabía leer y escribir era muy aficionado a la lectura  más si eran libros de cuentos o religiosos.

Un tiempos después empezó con dolores en las piernas no había muchas medicinas lo trataban con remedios caseros, detrás de las corvas le untaban claras de huevo de pato o de carraco así fue pasando el tiempo hasta que sus piernas no lo sostuvieron  y dejó de  caminar  permanecía sentado no habían sillas de ruedas, su padre le hizo una carretilla improvisa pero solo cuando alguien la jalaba podía salir al patio para mirar la naturaleza y los animales.     El muchacho no se desanimaba y cada día leía más y soñaba con todo lo que los libros contaban.

La maestra vivía cerca le daba clase en la casa  ,los patrones lo querían mucho un día le regalaron una caja de lápices de colores y alguna ropa los recibió con mucho cariño  y les agradeció de todo corazón , estaba cerca la navidad don Manuel llevó una gran rama de ciprés para hacer el árbol de navidad comenzaron a sacar bombitas luminosas  lluvias cintas de colores y un sinfín de cosas más ,   Manolito era muy observador estaba muy  contento le había pedido a su padre que lo acercara al árbol

para  participar del arreglo.    Se quedó mirando con curiosidad que las bombitas tenían un huequito por el que le  introducían   un hilo para guindarlas. – Pensó yo puedo hacer lo mismo con las cascaras de huevo solo que no hay que quebrarlos. Habló con su mamá y le pidió ayuda ella muy contenta prometió complacerlo.   La primera pintura que hizo fue el rostro de su madre  le quedó tan bonito que su madre lo animó para que siguiera pintando, también pintó frutas; naranjas manzanas uvas y otras se veían tan natural que algunos deseaban cogerlas para  comer todas colgaban   en la rama.

Cuando no estaba pintando leía  llegó la maestra lo encontró con el libro de la Biblia en la mano  -qué estás leyendo  preguntó?  Ese pasaje  donde dice que Jesús curó! a uno como yo¡  que no podía caminar   ¡verdad que si yo conociera a Jesús también me curaría ¡ la maestra sintió un nudo en su garganta  respiró profundo y exclamó   ¡claro que sí ¡.

Un día Doña Carmen le mostró a la patrona la pintura que le había hecho a ella  ,  a   la Señora le gustó tanto que dijo  – voy a pedirle  que me haga una  a mi ¡

 

Mientras tanto Jorge el hermano menor entró gritando y brincando de alegría porque había cazado unas ardillas cachorritas y las traía como si fueran un preciado trofeo, las alimentaba  con leche y frutas las encerró en una jaula y todos los días les daba una miradita  antes de irse para la escuela.

Al regreso de uno de los tantos viajes a Europa la patrona le compró unas pinturas  y pinceles se las regaló diciéndole Manuelito aquí te traigo esto para que me hagas una pintura de mí  persona : sacando de un bolso un enorme huevo de avestruz   al muchacho se le avisparon los ojos pues nunca había visto un huevo tan grande: ¿  que es un   avestruz?  Preguntó  ya  recuperado de la impresión  ¡ le dijo a su madre que lo colocara con mucho cuidado en un lugar seguro ,donde no lo fueran a quebrar.

Algunas veces la maestra y Doña Carmen platicaban de cosas del  muchacho su madre se lamentaba del trabajo que le costaba  levantarlo  pesaba mucho y cada día estaba más grande me duele la cintura no se  que — va ha ser mí cuando esté más vieja- ,! Hay ¡ no piense en eso decía la maestra DIOS no abandona a nadie tenga fe. ¡Así pero cómo me cuesta!.

En una ocasión Manolito leía  era un poco tarde su madre entró a la habitación le dijo: porqué no te has dormido?  Es qué estoy leyendo lo del paralitico como lo curó  Jesús , ha.. si yo lo pudiera ver   Él me curaría  y se estiraba en su cama sonriedo  ,–¡ si hijo duérmase ya ¡ , ¡buenas noches mi amor¡ salió para ir a desahogar las lágrimas en otra lugar.

Manolito casi terminaba el retrato de la señora una de tantas mañanas salió Doña Carmen a trabajar el muchacho quedó solo en la casa tenía las  pinturas colgando en el árbol ,  procedió a leer nuevamente el pasaje de Jesús ,escuchó  un ruido  en el cielorraso miró a las ardillas correteando y dando saltos a  el árbol como queriendo comer las frutas que había pintado con tanto amor, les grita¡  aléjense de ahí! váyanse pero inútil más saltaban entre las ramas a Monolito le entró  rabia cólera,  sentía que la sangre le hervía en todo su cuerpo  y en un arrebato de desesperación  e  impotencia se fue de bruces contra el árbol llevándose un fuerte golpe en la nariz cayó al suelo mientras de la cumbre del  árbol se desprendía su más preciado tesoro el retrato de la señora,  iba a estrellarse contra el piso cuando dos manos se  extendieron  lo agarraron para que no  cayera al suelo ,  alzó su mirada desde el piso  con la cara enzangrentada  vió al  niño que había realizado tal  proeza , solo atinó a decir gracias  -¿preguntó cómo pudo hacerlo? el niño con una mirada angelical respondió ¿ qué es más fácil apañar la pintura o decirte levántate y camina? Manolito sintió en sus piernas un gran  ardor

Tomó fuerzas  se levantó y con el retrato en sus manos salió corriendo dando gritos  de alegría Mamá ¡ Mamá ¡ puedo caminar su madre  al oír aquellos gritos salió a su encuentro lo abrazó con todo su amor cayó de rodillas dándole gracias a DIOS mientras , la señora muy impresionada vió el retrato que traía el muchacho en sus manos lo  cogió lo miró y muy sonriente exclamó : me pintó igualita.!

Los señores lo enviaron a una de las mejores escuelas de bellas artes donde  estudió,  fue un gran pintor dedicó su vida a pintar y decorar iglesias y en todas pintaba    LA FIGURA DEL    DIVINO NIÑO.

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Delirio De Un Poeta

Si tuviera que decidir entre una vida sin ti y una rosa maldita. Clavaría cada una de las espinas en mi pecho, para que sea así a lo arrecho, demostrarte todo mi amor de hecho.

Entre los delirios de un pintor y las locuras de un poeta, creo que eres mi digna profeta, de los sentimientos que en mi corazón impregnas.

Porque a mi ser, tu alma es benigna, mi rodilla se resigna ante tu presencia, con mucha paciencia lograr un camino, que juntos quizás nos lo habrá puesto el destino.

Quizás soy parlanchin, delirante, espadachín extravagante. Pero sólo por un instante, me sentí volando.
Como estando en un horizonte sin frontera, como el que nace, el que vive y el que se muera.
Eres mi diosa, eres una fiera y te elegiría una y mil veces mas entre cualquiera.

No se lo que escribo, no se lo que digo, a veces sólo hablo y hablo y otras tantas veces maldigo, pero prosigo y sigo en lo que sigo porque agradezco que hayas decidido estar conmigo.

Seré tu amigo, tu novio, tu esposo y tu amante. En cada segundo y en cada instante, que el fulguroso deseo de nuestro amor se llene de contemplor y ternura.

Que aunque la vida se joda y se ponga dura. Se que de todos mis males eres la cura.

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El Amor En El Infierno

soy un diablo que camina muerto en el susurro de los malos, mi infierno la soledad que inunda mi cuerpo, son mis siervos los que no creen en el amo, en tus ojos he visto caer el mundo, te miro o luna de la noche, que cabalga entre las estrellas, que me mira cual luz que me guía, que sin ti todo oscurece y contigo duermo despierto.
Pensando solo regreso en el cielo, bajo a los infiernos donde me encuentro, olvido todo lo bello que he sentido, el deseo brillando en los claros mundos, donde mi corazón mudo a soñado vivir.
Que enmudezca el silencio, que se pare el tiempo, que me dejen tan solo un segundo contigo, que destierro lo malo, para hacerte un lado, que mis ojos han visto mas de lo necesario y yo muero, muero, tan solo duermo,loco, como un cencerro,¡Que callen las gentes, que callen!, dejen me maquinar, pero tus labios matan todo mi mal.
Vuelva esta noche como siempre, mi luna me inspira pasión,
vuelve tan solo vuelve,arropándose noches celestes me enamorado de un ángel, que ha matado todo el odio de mi interior pues se ha desecho mi cuerpo entero con un beso tuyo te quiero.

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Ordalías De La Magia

Epílogo

Viernes diecisiete de Agosto del año cuatrocientos sesenta y siete, son las siete horas de la mañana, es un día bastante tranquilo, algo que ha sido muy inusual en mí corta vida. Mi nombre es Zet Isdam, soy un hombre soltero de piel blanca, cabello negro oscuro, nací el día catorce de Junio del año cuatrocientos cuarenta y cuatro, tengo veintitrés años actualmente y usualmente llevo unas gafas oscuras para que la gente no vea la tristeza que acogen mis ojos color gris.

Durante todo este tiempo, he vivido muchas cosas, me vienen a la mente en cada momento, cada segundo que paso recordando los sucesos más felices y a su vez los más tristes, me termina por envolver una gran melancolía.

El día de ayer compré un boleto de avión, para viajar hacia una nación llamada Daath, ¿con qué motivos iré a aquel sitio?, se han de preguntar. Pues toda mi vida la he pasado en esta nación conocida como Chesedonia, y tras varias circunstancias que he experimentado, me decidí a cambiar la rutina y a seguir con mi búsqueda de algunas respuestas.

No tengo en realidad personas con las cuáles pudiera contar, o las cuales pudieran ser una razón para yo quedarme en Chesedonia y no irme, perdí a mi familia desde niño, y tuve que terminar la única relación amorosa que he tenido en mi vida, y mientras me encuentro hablándoles sobre mí, escucho el anuncio de mi vuelo.

“A todos los pasajeros con destino a Daath, favor de abordar por la salida número siete.

Al parecer el momento de abordar había llegado, si existe algún motivo por el cual contar mi anécdota, un viaje en avión es la perfecta oportunidad para compartir una historia como esta.

La hora de buscar mi asiento ha llegado, me había sido asignado el asiento número tres, todos los demás pasajeros habían tomado ya sus asientos y parecía que yo viajaría solo, no me importaría contar con la compañía de alguien más en este momento, después de todo, para algunos puede sernos más sencillo abrirnos con la gente desconocida, y en ese momento, una adorable y tierna señorita se acercó y me dirigió la palabra.

“Buenas tardes, disculpe  pero ¿puedo sentarme con usted?, mi asiento es el número nueve, estaba a punto de tomar mi asiento pero una pareja de personas casadas se acercó a mí, al parecer uno de ellos tenía el asiento número diez y la otra persona tenía el número cuatro, así que me pidieron si  les podría cambiar de lugar para que ellos pudieran pasar juntos su tiempo durante el vuelo, y la verdad me fue imposible negarme a ellos, y no le quisiera incomodar a usted tampoco, así que sí mi compañía le pareciera un tanto molesta, puedo buscar otro asiento.”

Era una joven bastante hermosa, de cabello dorado y lacio, una piel blanca que parecía de seda, unos ojos azules que parecían dos lagunas, unas manos pequeñas y delicadas, se veía apenada y sonrojada con la situación, parecía haber viajado sola durante un largo tiempo por aquella expresión que pude ver en su rostro, se veía en su sonrisa que ella era realmente feliz, y quien podría negarse a tan encantadora mujer, así que le respondí: “Por supuesto que puede tomar este asiento, comenzaba a sentirme agobiado por la soledad.”

Aquella chica tomó asiento, y comenzó a platicar un poco conmigo: “Sí, se lo que se siente andar viajando solitariamente, me llamo Natalia Lynch, he estado visitando varios lugares con la esperanza de encontrar uno donde me sienta cómoda para vivir ahí, y ahora visitaré Daath, pero quizás me mude allí ya que quiero hacer una carrera universitaria, y tengo diecinueve años, el problema es que aún no he encontrado donde hospedarme, pero sé que encontraré un lugar pronto.”

Estaba sorprendido ya que a su edad, ella se encontraba viajando por varios lugares, además de que viajaba sola, y no dude en comentarle un poco sobre mí: “Vaya sorpresa, yo he vivido toda mi vida en Chesedonia y esta será mi primera ocasión saliendo a visitar otra nación, sin embargo quiero un cambio de ambiente y tengo algunos asuntos que atender, así que me mudará a Daath, hace poco concluí mi carrera de abogacía. Por cierto aún no me he presentado con usted señorita, mi nombre es Zet Isdam, tengo veintitrés años, y espero no le moleste mi atrevimiento, pero en los apartamentos donde me estaré mudando, aún se encuentra otro actualmente deshabitado, conozco al dueño del edificio, si gusta podría llamarlo y preguntarle por el hospedaje.”

En eso ella me miro, y con una sonrisa en su rostro respondió: “¿Enserio? Se lo agradecería mucho, honestamente no sé qué haría sin usted, mi plan de llegar y buscar no ha salido muy bien en los otros lugares que he estado, pero dígame, ¿Qué sucedió?, ¿No tiene a nadie por quien quedarse en Chesedonia?, ¿Por qué quiere abandonar este lugar?”.

No veía problema alguno en contarle un poco de mí. Y ya que el vuelo sería largo, le comencé a contar sobre mi vida, tal y como sucedieron todos los eventos de mi existencia, uno por uno.

—Continuará—

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