Era una noche extremadamente fría, como hacia años no se sentía en éste pueblito apartado en el centro sur de América del Norte, por consiguiente, había prendido la modesta chimenea, dándole a aquel saloncito un ambiente caliente muy acogedor. Me dispuse a ponerme cómoda en el gran butacón que tenia precisamente para relajarme en una noche como aquella, me serví una copa de coñac, tomé el libro que tenía entre manos en esos días, y me recosté. No pude leer por mucho tiempo, sentí un ruido afuera, proveniente de la terraza principal de la casa, me sobresalté, pues aunque tenía siempre la alarma puesta, no dejaba de sentir miedo por encontrarme sola. Sigilosamente me asomé por una hendija del ventanal que daba hacia esa terraza, quedé casi paralizada al ver una sombra, me quedé quieta, no vi nada más, todo estaba en absoluto silencio, decidí asomarme por el lado contrario, ya más cerca en donde supuse se encontraba aquella sombra y cual fue mi espanto cuando a través de las cortinas vi el movimiento de algo, casi me atrevería a decir que estaba siguiendo mis pasos. Me detuve, dejé pasar unos segundos sin quitar la vista del ventanal, para poder percatarme de cualquier movimiento adicional, mas todo estaba quieto, yo diría, demasiado quieto.
Me mantuve en esta alerta por casi dos horas, hasta que el cansancio me dominó y me dormí en el mismo butacón en donde había dispuesto a “relajarme”.
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