Cuento.
Escrito por Santiago Solano Montes de Oca.
“?Vamos a dejar que el tiempo pare, ver nuestros recuerdos en los mares… ?”
I
Quiero contarte una hermosa y sencilla historia,
una que habla de una vida, a pesar de que siempre estuvieron dos juntas, habla
de una vida de compromiso, de buenos y malos días, de enojos, de dolores, de
tristezas, de recuerdos suspendidos en el aire, de promesas, de risas, de
comida, de conocimiento, de amor inacabable…
Me siento exhausto, pero donde yo me encuentro es
más que cómodo, es cálido, reconfortante, hermoso, es vivir bien, es el mar,
empecemos pues porque el tiempo corre, porque el día se vuelve tarde hermosa en
todos sus degradados colores; de azul a anaranjado, de amarillo a violeta,
ansioso a lo lejos el anochecer espera su entrada, junto con sus hermanas las
estrellas, el cambio de turno del padre Sol intenso, a la madre Luna delicada.
Todo empieza así…
II
Una mañana del verano Guerrerense, desperté como
cualquier otra, observé el lado vacío de la cama como siempre, deslice mi mano
sobre la silueta ya casi borrada en aquel lado izquierdo de la cama como
siempre, vino a mí el dolor y soledad de siempre, agarro ese dolor y soledad y
lo mando a tomar por culo porque tengo que continuar, eso a ella le hubiera
gustado demasiado.
¿Qué le puede ofrecer la vida a un señor como yo,
que ha perdido el poder de saber la hora que es?, mi soledad al igual que mi
amor es y será egoísta, solo para ella.
Caminé a la regadera, abrí la llave esperando a que
saliera el agua caliente, caía haciéndose de un sonido reconfortante, me
acuerda a esos fantasmas que llego a escuchar, que vagan por mi cabeza, en mi trabajo,
en mis pensamientos.
Me vi en el espejo, me acerqué lo bastante abriendo
bien los ojos de par a par, y me sentí de pronto abatido por lo tan rápido del
paso de los años que me han marcado, han quedado marcados en cicatrices, en
pliegues de piel, en arrugas, en manchas, en el paso del condenado tiempo, me venía
zarandeando para dejarme como hoy yo estoy, han pasado 3 años me dije, y no lo
has superado me reproché.
Me bañe, me cambie y me dispuse ese día a ir a pie
al trabajo, pasar a mi fonda favorita para comer más tarde quizás, pensé ,
nunca desayunaba no me gustaba, desperdicia uno mucho el tiempo, que puede uno
usa para huevonear 5 o 10 minutos más en la cama con ella claro está, “café con
pan”, ella de vez en cuando me preparaba y cuando dejaba que el café se
enfriara y el pan se volviera tieso, ella me lo reprochaba, se me hizo una
mueca picara en la boca por recordar su rostro enfadado.
Rara era la vez que me sentía con tantas ganas de
ir pensando caminando, ese día venia ya predispuesto a acordarme mucho de ella
solo que nadie lo sabia porque todo estaba aquí, en mi cabeza, en mi corazón
roto en mantenimiento también.
Pies siguiendo un patrón, los brazos deslizándose
en los costados, los jeans cafés planchados a como la luz de la noche pasada lo
permitía, la guayabera azul cielo esa sí impecable, mis lentes con unas pocas
manchas dactilares al momento de tomarlos del buro, los zapatos cafés boleados
y bien cuidados, animo impaciente a tener tiempo para leer un rato en aquel
lugar, en nuestro lugar.
El trabajo de un escritor es “sencillo”, muchos de
mis amigos me lo mencionan por no decir alardeaban repetidamente, en mí nada
más se me creaba un sentimiento de piedad hacia ellos, por no poder entender lo
difícil del trabajo mismo, de lo difícil que resulta encontrar las palabras
perfectas y adecuadas, de conjugar los verbos bien, de la sintaxis impecable y
fina, de tener coherencia correcta, de que sea agradable para las personas, que
sea agradable para ti, y ¡Ay de mí, con mi ortografía!, eso era lo difícil de
mi profesión, pero es cosa tan sagrada que por esos errores de muy mal gusto,
que no encontraba mas sin embargo hacia aparecer en mis textos, yo la pude
encontrar a ella, para ayudarme con esto y otras tantas hermosas cosas.
¿Quieres saber en qué me ayudaba siempre?
El tiempo, ¡Sí! Era en eso en lo que más me
ayudaba, en marcar el tiempo, ella tenía en su mano izquierda, en su lado
favorito, en su blanca y delicada piel, un reloj de mano de oro magnifico, que
reflejaba su hermosura por sus extensiones, donde el armis es fijo como sus
enojos, la caja vigorosa para soportar cualquier malestar, y las manecillas
siempre precisas como para todo para cuanto ella hacía, margen de error, ¡Cuál!
¿Qué hora es? Siempre son mis palabras por repetir con
ella, nunca fue normal decirle “te amo”, “te quiero”, “te necesito”, no, era
¿Qué hora es?
Nunca me puso un pero, como con otras cosas, o
mostró disgusto como con otras, siempre llevaba su mano a su bonito rostro,
para poder acercar y precisar el posicionamiento de las manecillas, siempre
cambiantes, ella siempre persistente me decía, “es la hora de amarme”, ya
entenderás porque siempre son mis palabras por repetir.
Pero había un minúsculo problema casi
imperceptible, cada que le preguntaba, solo yo veía como dentro de su ser,
visto con mis “mágicos” ojos, observaba como poco a poco se le escapaba su
tiempo.
¡Claro que quería amarla y como no iba a ser así
con tremenda precisión de tiempo!
La quería reharto a esa condenada mujer, por su
tiempo que convertía en: sus ocurrencias, sus expresiones, los momentos tan
divertidos que pasábamos en la playa, los paseos interminables agarrados de la
mano, donde descalzos nos dejábamos tocar por el agua del mar, donde dejamos
que los pedazos de troncos nos picaran los pies haciéndonos caer pero de risa,
donde dejábamos que la arena húmeda se metiera en nuestros deditos gorditos
descalzos, donde dejamos que el Sol ardiente tostara nuestras pieles, donde
dejábamos que la Luna fuera la testigo de cuanto nos amábamos, donde dejábamos
que las rocas marinas se pigmentaran con nuestros secretos, donde dejamos que
la noche nos ocultara de nuestras picardías, donde dejamos que el sonido del
mar nos amodorrase descansado tu cabeza sobre mi hombro, donde dejábamos que
las lágrimas llenaran más el mar, además para bañarnos de grandes esperanzas y
sueños, despojándonos de los estúpidos problemas, de un estúpido mundo exterior
donde no participábamos ni ella ni yo, solo en el nuestro, para empezar de
nuevo cuantas veces hagan falta.
Construimos a base de esfuerzo y cansancio, de derrota y levantamiento, de tristeza y alegrías, de tener poco a tener mucho hasta para compartir, pero nuestro amor era egoísta, era solo de nosotros dos, y que me alegro tan tremendamente de que siempre fuese así, donde los frutos de nuestro amor eran para la saciedad amorosa de ella y de mí. Hasta que…
III
Saliendo de mi pequeña oficina en el centro del
pueblito, que bonito y tranquilo que es, la gente de aquí es dueña primordial
de los valores, todos se saludan, se despiden, se dan las gracias, piden las
cosas por favor, y te tratan como aquel extranjero que después de tanto tiempo
de partir, regresa a casa anhelando la calidez hogareña, calidez que se llega
sentir como en propia casa de cualquier gente de aquí, aquí en este pueblito
tan bonito y tranquilo.
Ya era tarde y no tardaba mucho en anochecer,
aunque ya no la tengo a ella para saber la hora, se aproximar, no soy preciso
como ella, siempre lo intente.
Cerrando la oficina, en el kiosco alaridos se
escuchaban por montón, niñas y niños corriendo, jugando, gritando, cantando,
haciendo berrinches, a algún que otro niño valiente de la vida regalando una
flor a otra flor, vendedores de juguetes, paletas, nieves, chucherías, donde
los niños iban a gustosos a gastar su “domingo” de 10 pesito o más,
disponiéndose a disfrutar de los manjares infantiles acompañado de amigos,
parejas de adolescente ocupando las bancas, refugiados de los escarchados rayos
del Sol, se disponían a besarse, a prometerse, a amarse al modo de cómo se
empieza, otros tantos sólos contemplando a los demás esperando olvidar todos
sus agravios, esperando el mejor tiempo para continuar, para saber qué hora
era.
Y después estaba yo que, pensativo, observaba y
recordaba animosamente, con sentimiento infantil, que yo fui una vez ese niño
que jugaba con amigos en las tardes hermosas de verano después de las jornadas
de estudio cantando, leyendo, jugando, soñando, imaginando, donde el calor le
hacía bien al cuerpo dándole vigor haciendo sentirse uno vivo, donde después de
tanto jugar, a ir con el heladero para comprar una nieve de limón deliciosa y
dulce, renovadora de energías.
Así mis años siguieron, y llegue a ser un adolescente para ocupar una banca junto con la que sería el amor de mi vida, mi vida entera simplemente, para refugiarnos de Sol, para que la sombra ocultara nuestro miedo y pena infantil a estas cosas, donde descubrí mi primer beso verdadero, donde paseábamos, donde te escribía cartas de enamorado, donde pensaba “A ver si algún día mis dedos tocan los tuyos… Quiero verte… Creemos ese mundo interior para nosotros, nosotros, tú y yo y nadie más, nosotros”. Pero no sé qué hora es…
IV
Leyendo y escribiéndote, logré enamorarte ¡Ay
dichoso de mi por haberte encontrado! Seguimos juntos mucho tiempo, segundos
millones, minutos millones, horas millones, días millones, semanas millones,
meses millones, años eternos.
En una de esas hermosas tardes en que abandonábamos
el estúpido mundo exterior, realizábamos el ya codiciado y planeado plan para
poder adentrarnos a ese mundo interior, nuestro mundo interior, acabadas sus
cosas por hacer, acabadas mis cosas por hacer, siempre responsables con los
demás y entregados completamente sin papel a nuestro amor, nos reuníamos en el
recorrido de amor, nos encontrábamos empezadas las tardes en el kiosco, para
rememorar viejos tiempos, para comer en alguna fonda, esa de Doña Chepa, que
siempre decía que hacíamos hermosa pareja, para comer un helado con el Sr.
Jaime donde nos daba pilón por lo guapa que era ella, para ver a los niños
tropezar y levantarse con decisión a seguir jugando, qué hubieran sido de
nuestros muchos hijos botijones, platicar y burlarnos de vez en cuando, de que
ella se enojara conmigo, de que me disculpara para contigo, e ir a la playa a
nuestra banquita favorita para leerte un libro, o cuando mi imaginación me lo
permitía un cuento mío, o una poesía a casi terminar, pero ¡Ay de mi cuando
había una falta de ortografía!, te gustaba todo lo que yo escribía, quizás sea
porque todo hablaba acerca de ella, acerca de nosotros…
“El mar tranquilo, mueve sus olas
pasivo.
Pregunto entonces qué hora es,
para responderme
El atardecer hermoso, todo lo
vuelve tranquilo
Es la hora tan esperada de
amarme”.
Longevo rato lo pasábamos, en esa banquita, a veces
hasta frazada llevábamos por lo tarde que regresábamos a casa, el mar tan
concordante sonaba, ella escuchándome atenta y yo viéndole a los ojos que se
deslumbraban como el Sol mismo, qué más yo puedo pedirle a la vida si ya le
tenía, estabas con tu cabeza cálida sobre mi hombro, ese día como todos los
anteriores y como hubieran sido los posteriores, deseoso de saber qué hora era,
me dispuse a preguntarte “¿Qué hora es?
Pero no hubo respuesta, y mis ojos vieron con
tormentoso dolor que su tiempo le había ya dejado, su vida le ha dejado, y ella
a mí también me ha abandonado.
Ya no sabría nunca más que hora es…
V
3 años de no saber jamás la hora que era, dolor
profundo junto con soledad como mi nueva compañera, tan callada y tan inútil,
amor mío te doy todo mi tiempo con tal de que regreses, eclipse total de mi
mente, le enterraron en tu lugar favorito de la playa pero me es imposible ver
su lápida, por eso desde hace 3 años que calculando inciertamente la hora,
vengo todas las tardes a la banquita, a nuestra banquita a leer, a leerle al
viento que me responde con escalofríos, a escribir, a escribirle al mar que me
contesta en olas, a componer, a componerle poesía a mi vida que me replica con
lagunas mentales, con recuerdos que no se pueden hacer realidad, con dolor que
se siente, con añoranza que crece y crece y algún día habrá de explotar.
Pero hoy que yo estoy aquí escribiendo esto es
porque en la banquita encontré su reloj, lo tomo con mucha añoranza y cuidado,
se forma en mi garganta un nudo, a arder mi corazón empieza, y las lágrimas
empiezan a brotar, lo tomo y me lo llevo al corazón roto y el sonido del mar,
de las aves, del viento, de las olas se sincronizan con mi corazón, tomo mi
tiempo para disfrutar tal magia que solo tú sabes hacer, me siento a leerte, a
escribirte en la libreta enorme de mi cabeza, te recito un poema, que siento lo
has escuchado por el calor infundido dentro de mí, ya es tarde.
Me siento exhausto, pero donde yo me encuentro es más
que paz, es cálido, reconfortante, hermoso, es vivir bien, es el mar y sus
tranquilizadoras olas, el tiempo corre medido por las manecillas de tu reloj,
tarde hermosa en todos sus degradados colores; de azul a anaranjado, de
amarillo a violeta, se vuelve noche.
El viento, el mar y la vida finalmente terminaron
su mutismo y me preguntan ¿Qué hora es?
Y cansado, entrecerrando los ojos, te siento a mi
lado, dejo reposar mi cálida cabeza sobre tu pecho, y a modo de tartamudeo
dificultado por el cansancio, te pregunto
¿Qué hora es? Me respondes que “es la hora de
amarme”.
Le respondo con mi último halito de vida, al viento
que es la hora de amarla y que ya voy con ella, el viento entendió y me dejo
siguiendo su paso, el mar entendió y siguió meciendo sus olas, mi vida entendió
y me dejaron ir a donde estabas tú.
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